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domingo, 19 de agosto de 2012

30/30. Uno que pueda salvar vidas: Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo, de Allen Carr

El último libro de este reto ha sido el más difícil de elegir, no se me ocurría un libro que pueda salvar vidas. Si fuera creyente me hubiera podido remitir a algún texto religioso, o quizá valdría una novela que ofrezca una salvación simbólica... al final me decidí por este librito que, no sé si puede salvar vidas, pero a mí me ayudó a dejar de fumar, y eso ya es mucho.

Quiero aclarar que no creo que, ni este, ni ningún otro libro pueda servir para dejar de fumar si no hay determinación y fuerza de voluntad por parte del fumador. Los milagros no existen y para dejar este vicio hay que estar muy decidido y muy convencido de querer hacerlo, o eso es lo que aprendí de mi experiencia. ¿Y qué papel tuvo este libro? Bueno, pues es un texto muy sensato que, sencillamente, explica los muchos autoengaños a los que recurrimos los fumadores, la dependencia psicológica –y absurda- de sentir que no sobreviviremos sin un cigarrillo entre los dedos. Uno no se imagina la vida sin tabaco: en una cafetería, en una situación agobiante, en vacaciones, con los amigos... parece que no pudiéramos renunciar a ello.

Pero se puede. Y se hace. Y fumar es algo absurdo, tóxico, molesto, maloliente y caro. No es necesario ni glamuroso. No calma los nervios. Y este libro refleja nuestra situación de dependencia como si fuera un espejo, explica el proceso por el que nos “enganchamos”, lo absurdo de las situaciones provocadas por el tabaco y que, realmente, la adicción es más psicológica que física. Y cuando estemos convencidos de ello y lo probemos con la suficiente determinación, veremos que dejar de fumar no era tan difícil.

¡Ánimo a los que estén en ello!

sábado, 30 de junio de 2012

29/30. Uno que se haya robado: Raíces, de Alex Haley

Raíces fue una novela muy vendida y leída allá por los años 70 y 80, supongo que justo después de que emitieran por televisión la famosa serie basada en el libro. En casa de mis padres había un ejemplar de la editorial Ultramar que luego he visto en muchos otros hogares, y también en muchas tiendas de viejo. Yo nunca tuve que comprarlo porque cuando me emancipé vino conmigo sin permiso de mis padres, camuflado entre montones de otros libros, y hasta el día de hoy está en mis estanterías sin que nadie aún me lo haya reclamado. En la portada hay una foto de un hombre, imagino que el mismo Haley, una mujer y una niña, y debajo se puede leer: El testimonio más elocuente jamás escrito sobre la grandeza y libertad del hombre.

Es curioso que este sea un testimonio sobre grandeza y libertad cuando lo que cuenta es precisamente una historia de esclavitud. La cuestión es mirar con perspectiva. Se relata el devenir de seis generaciones de una misma familia a lo largo de doscientos años, y las raíces de esa familia se encuentran en el vil acontecimiento de aquel día de 1797, en Juffure, Gambia, cuando el hombre que originó este árbol genealógico fue capturado y llevado a Estados unidos para ser vendido como esclavo a un plantador de Virginia. Él se llamaba Kunta Kinte

Un hombre, una raza sometida y humillada, la raíz enterrada, húmeda de sudor y llanto, de un árbol. Pero pasado el tiempo este árbol fue creciendo, de él nacieron otros individuos, los hubo trabajadores humildes y también los hubo con estudios, abogados e ingenieros. Pero lo importante no fue su preparación o nivel de vida, sino que fueron libres. El árbol de Kunta Kinte dio sus frutos, y el mayor y más sabroso fue que sus descendientes disfrutaron de su libertad, y de una de las ramas de ese frondoso árbol nació esta magnífica novela donde se rescata del olvido la historia de todos aquellos africanos que fueron arrancados de su tierra para trabajar y vivir como esclavos muy lejos de su país, su familia y su cultura.

Leí esta obra con trece años, mi abuela se enfadó conmigo porque no consideraba que fuese una historia apropiada para una chica de mi edad, y seguramente tenía razón pero ya no había quien me quitase de leerla. Está repleta de violencia, enfrentamientos, violaciones... pero también de una grandeza inusitada: la que siempre tiene la verdad. Y es que las historias auténticas resultan fascinantes, una se siente parte y uno con ese horrible y hermoso monstruo que es la humanidad, y se apropia de vidas ajenas, de sensaciones ajenas, sabiendo que en un tiempo y un lugar fueron de otros. Y es que el relato de la vida de Kunta Kinte pone los pelos de punta a cualquiera, te lleva desde la lástima a la vergüenza ajena, desde la alegría de ciertos episodios hasta el asombro por la capacidad de resistencia humana. Remueve por dentro, indigna y hace saltar alguna lagrimilla, por qué no decirlo.

Agradezco desde aquí a Alex Haley su labor de investigación en su propia familia hasta llegar a sus orígenes, a su antepasado “el africano”. Es toda una lección de historia a la vez que una novela de gran calidad que ha dejado un testimonio imperecedero.
Todos estamos en deuda con Kunta Kinte, qué menos que leer su historia para poder, no paliar pero sí revivir la injusticia que se cometió con él. Que nunca se olvide el agravio para que nunca consintamos que algo remotamente parecido ocurra a nuestro alrededor.

domingo, 10 de junio de 2012

28/30. Uno que lo haya asustado: Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque

La guerra asusta con sólo mencionarla y desde cualquier ángulo que se la mire, bien desde el lado de las víctimas civiles, de los exiliados, los represaliados... y aún peor... vista desde las trincheras. Por eso este libro me impresionó tanto, una nunca acaba de llegar al fondo de ese pozo oscuro de terror, odio y muerte. Y vivirlo tan de cerca, mano a mano con el joven protagonista de este libro, me impactó bastante, y me asustó mucho.

Esta novela narra las vivencias de Paul Bäumer, un muchacho alemán que se alistó voluntariamente en la I guerra mundial junto con el resto de compañeros de clase, alentados por un patriótico profesor. No imaginaban el infierno que iba a ser aquello, pero no tardaron en darse cuenta, aprendieron a distinguir los sonidos de los proyectiles, a acechar en la oscuridad, a buscar qué comer cuando hay hambre, a dominar el miedo... si es que el miedo se puede dominar. No es necesario que comente los detalles de esas vivencias de Paul, junto a momentos más relajados de alguna tregua o la breve visita del muchacho a su casa, el resto son pasajes desgarradores, tremendos, y contados sin ningún tipo de artificio ni dramatismo. El sólo hecho de narrar simplemente lo que va pasando tiene ya de por sí una gran dosis dramática.

Frente a ello, el valor de la amistad: los chicos son un apoyo los unos para los otros, son una familia en ese infierno de trincheras, el último resquicio de lo bueno que la vida posee y a lo que se aferran todos, aunque tanto más doloroso sea después, cuando van cayendo uno a uno en combate.


Sin novedad en el frente es un libro que recomiendo porque es el tipo de historias que, aunque dolorosas, son lamentablemente reales y merecen ser leídas. Da igual la guerra de que se trate, se habla de la I guerra mundial e igual podría ser la contienda civil española o cualquier otra. El mensaje que transmite el libro es la terrible ironía de que, estando en guerra, mueran personas que poco tienen que ver con ella, gente que sólo quiere vivir tranquilamente, y, muchas veces, chicos recién entrados en la edad adulta, con toda la vida por delante. ¡Que luchen los políticos y los mandamases, pues de ellos son las ambiciones y ellos recogen el fruto de semejante antinatural e inhumana contienda!

Remarque nos recuerda que una guerra no vale la vida de un ser humano. Y tiene razón.

domingo, 3 de junio de 2012

27/30. Un libro que le regalaron y no le gustó: El paciente inglés, de Michael Ondaatje

La película me gustó sin entusiasmarme. Siempre pensé que debía ser de aquellas historias que ganan mucho cuando las encuentras por escrito. Claro que tampoco hice nada por conseguir el libro, fue un amigo quien, sin saber todo esto, me lo regaló. Y yo pensé encontrarme una versión mejorada puesto que se desarrolla en un entorno interesante y el argumento es bastante atractivo. Ya sabemos que muchas veces las pelis se centran en lo romántico de un relato en detrimento de otros detalles que pudieran ser importantes. Así que no me demoré en comenzar la lectura.

Me encontré una narración que no conseguía captar mi atención en lo más mínimo. No logro recordar con detalle por qué razones no me gustó, simplemente se que dejé de leerlo porque me resultaba muy confuso y no conseguía entender el desarrollo de los acontecimientos, pese a haber visto previamente la versión fílmica. En estos casos suelo ser prudente y pienso que quizá no era el momento adecuado para leerlo, tal vez mi situación personal requería otro tipo de historias en aquel momento... no lo sé. Y también me gusta dar segundas oportunidades a un libro que se me resistió, porque creo que puede reportarme alguna satisfacción rescatar novelas que dejé, de hecho ya me ha pasado alguna vez.

La historia se desarrolla en San Girolamo, un monasterio abandonado y semiderruido de la Toscana italiana, al concluir la segunda guerra mundial. En el avance de los aliados hacia el norte de Italia un hombre en situación terminal (el paciente inglés) a causa de que su avión fue derribado cuando sobrevolaba el desierto cerca de El Cairo, con el cuerpo totalmente quemado, no puede seguir el viaje y una abnegada enfermera, Hana, decide quedarse cuidándole en sus últimos días de vida. Hay otro hombre en aquel lugar, Kip, un artificiero inglés de origen sij que también se queda allí para desactivar las minas dejadas por el ejército alemán. Y tenemos un cuarto personaje: un viejo amigo del padre de Hana, David Caravaggio.

A pesar de su juventud y principalmente a causa de la guerra estas personas tienen sus vidas rotas y vamos conociéndolas a lo largo de la novela. Se desvela su pasado, sus temores y sus deseos, pero el que se lleva mayor atención es el hombre agonizante que espera la muerte y va desvelando poco a poco su identidad a la joven enfermera: él es el conde Laszlo Almasy y se enamoró perdidamente de una mujer casada, Katharine Clifton, a quien conoció mientras servía en una misión para la academia de geografía, explorando el desierto africano. Las circunstancias no permitieron que estuviesen juntos: un triste final para una hermosa historia de amor que hace que el relato retroceda una y otra vez en el tiempo para revivir con este hombre moribundo sus encuentros con Katharine en el desierto y el desarrollo de su historia de amor.

Por cierto, algo destacable en la película son sus bellísimos paisajes del desierto. Me emocionaban esas escenas más que las del romance, ¡qué le vamos a hacer!

domingo, 20 de mayo de 2012

26/30. Uno que asocie con la música que le gusta: Vida y hechos de Alexis Zorba, de Nikos Kazantzakis

Tengo gran simpatía por Grecia, la que es hoy y la que fue hace siglos. Y este aprecio es algo que ha ido construyéndose con los años y una serie de circunstancias tales como la grandísima admiración que siento por su cultura y el hecho de que somos transmisores de esa misma cultura de una manera tan sólida e integrada que es parte de nosotros. También ha influido lo suyo la epopeya de Odiseo -ese fascinante retorno a Ítaca-, la mitología, con esos dioses tan crueles y casquivanos que ensalzaron lo indecible a una gente que sobrevivió a ellos, lo mucho que me gustan sus pueblos blanquiazules y sus playas, así como el respeto que me causan los escenarios de antiguas guerras y ciudades donde se decidió parte del destino geográfico y cultural de la actual Europa.

Además de todo esto hace años descubrí al gran escritor Nikos Kazantzakis, me impresionaron sus novelas y, gracias a una de ellas, Vida y hechos de Alexis Zorba y su adaptación al cine con el título de Zorba, el griego, conocí otro aspecto más de Grecia que me encanta. La banda sonora que se hizo para la versión fílmica de este libro, compuesta por Mikis Theodorakis, y sobretodo el internacionalmente conocido baile del sirtaki. Tengo el vinilo de la banda sonora y me gustan cada una de sus canciones, creo que Theodorakis supo muy bien rescatar algunos ritmos y tonos de la música tradicional griega para componer unos temas que se han convertido en icono de la Grecia actual, y que además va acompañado con un baile de lo más sugerente: lleno de ritmo, alegría de vivir, sol y calor. Escucharlo me anima, me traslada a alguna playa de la isla de Creta, me emociona en sus partes más melódicas y hace que tanto el cariño que tengo al libro de Kazantzakis como el que siento por la música de Theodorakis se unan en un cauce común que va a parar al gran río de todo lo que me gusta del país heleno.

Me queda hablar del libro de Zorba, que recomiendo tanto como la música de la película, y que plantea una interesante reflexión sobre el valor de la experiencia frente a lo sólo conociido de manera intelectual. La novela está inspirada en un encuentro real entre el autor y un hombre llamado George Zorba, que le impresionó tanto como para darle a conocer en un libro: esto lo lleva a cabo con el encuentro entre dos personajes muy distintos, cuando Basil, británico de nacimiento, intelectual y socialista de pensamiento, se muda allá por los años 30 del siglo pasado a la isla de Creta, donde ha heredado una propiedad cuyo subsuelo pretende explotar.
La primera persona que conoce es a Alexis Zorba, hombre ya entrado en años, anárquico, mujeriego y sentimental, al que contrata para trabajar como capataz en su mina. La convivencia entre los dos hombres resulta algo provechoso para ambos, especialmente para el joven. Él, que vive entre libros, que apenas ha disfrutado de experiencias se topa con el gran vividor, que ha sufrido una guerra, ha tenido familia, amigos, innumerables amantes y situaciones que ha resuelto con valor y con un inmenso deseo de disfrutar la existencia. Y esto lo demuestra el viejo Zorba de muchas maneras: con su actitud enérgica y positiva, la sabiduría que encierran sus conversaciones, su alegría y sus canciones y bailes. Basil viajó a Creta por un negocio y encontró una gran enseñanza humana y el privilegio de conocer a un hombre tan especial como Zorba, con sus cosas buenas y malas pero siempre él mismo.

Hay otros personajes, pequeñas historias que apuntalan y enriquecen a la principal: el lugar donde se hospedan los dos protagonistas lo regenta una antigua prostituta a la que llaman Bubulina, con ínfulas de bella cortesana vive de recuerdos, de todos los hombres con los que estuvo, hombres importantes, altos cargos... tantos que la amaron y la sedujeron. Ahora Bubulina es una mujer patética, su mente está en el pasado, su cuerpo es el de una anciana y vive arrinconada en esta pequeña isla. También podemos leer un interesante pasaje de la incursión de Zorba en un monasterio cercano a donde ellos viven y la historia de una viuda que reside en el pueblo y por quien el patrón (Basil) se siente atraído. Atracción que es correspondida, pero no bien vista por el pueblo en el que alguno de los hombres desean a la viuda y cuya irracionalidad y salvajismo conducen a un final dramático que nos conmueve.

Quiero aclarar que algunos de los comportamientos de Zorba que no me gustan: la mezcla de mitificación y falta de respeto hacia las mujeres, a las que adora pero engaña y se aprovecha de ellas, la aversión a los libros, puesto que para vivir la vida como él defiende no es necesario dejar los libros a un lado, y el hecho de que en el pasado haya traicionado gravemente a algunas personas y abandonado a su familia. A pesar de todo asumo todo eso como parte de sus defectos humanos y de hombre de aquella época y lugar, y me quedo con el lado más brillante y digno de tener en cuenta de su personalidad, esa especie de magia que transmite, esa ilusión que nos induce a vivir de forma más sincera y alegre.
El viejo vividor nos ha dejado una sencilla y valiosa herencia con sus palabras.

¿Para qué nos dio Dios las manos? Para coger, ¿No? ¡Pues coja!

¿Acaso no puede el hombre, a fin de cuentas, hacer algo sin un porqué? La vida es problemas. Sólo la muerte no lo es.

Vivir es liarse la manta a la cabeza y buscase problemas...

domingo, 13 de mayo de 2012

25/30. Uno para aprender a perder: Las uvas de la ira, de John Steinbeck


Escena de la película homónima, dirigida por John Ford en 1940
Perder no es fácil y dudo que alguna vez nos acostumbremos a ello, pero la vida impone sus leyes y por el camino todos vamos perdiendo: ilusiones, sueños, algunos seres queridos, se pierde la juventud, el amor, la amistad, el orgullo, la fama, los bienes materiales... son tantas cosas las que quedan atrás...

Así que ya que, de un modo u otro, estamos abocados a la pérdida, al menos hagámoslo con entereza y dignidad, luchando por mantener el tipo y no derrumbarnos. La familia Joad, protagonista de Las uvas de la ira es un buen ejemplo de todo esto, tanto de perder –y perder a lo grande- como de ser humanos, decentes y dignos en los peores momentos.
Y de todos los personajes hay uno que destaca por todos estos valores, la que llaman Madre, no necesita nombre, Madre es eso mismo: la madre, el alma de la familia, la mujer que luchará por mantener a todos unidos, la que no se rinde aunque todo se le venga abajo, la que estará pendiente de todos y cada uno hasta el último suspiro.

¿Y qué les pasa a los Joad? Pues que en los años 30, los de aquella horrible crisis que siguió al crack del 29, empezaron a perder. Primero perdieron su trabajo, y con él su hogar, luego perdieron muchas otras cosas. Trabajaban un terreno en el corazón de Oklahoma, pero un buen día “alguien” decidió que estos campesinos arrendatarios estaban de más y que había otras formas más lucrativas de explotar aquellos campos. Así fue como muchos campesinos se quedaron sin trabajo y sin poder pedir cuentas a nadie, pues los que tomaron de estas decisiones se ocultaban en el anonimato y no dudaban en echarles de allí amedrentándoles con amenazas pero sin dar nunca la cara.

Así que los Joad arreglaron una camioneta vieja y tomaron rumbo al oeste pues allí, se decía, habría trabajo para ellos. Iban Padre y Madre, los abuelos, Tom (que acaba de salir de la cárcel tras cumplir condena por matar a un hombre en defensa propia), Noah, el hijo retrasado, Al, a quien le gustaba la mecánica de coches, los pequeños Ruth y Winfield, y Rosasharn acompañada de su marido,
La familia, esperanzada, va rumbo a California, y en el camino encuentran muchas otras familias que buscan lo mismo que ellos: un trabajo y un lugar donde vivir. Desgraciadamente luego descubren que el sueño californiano no es tal y los trabajos que allí se ofrecen son, además de escasos, mal pagados. Los hacendados ejercen su tiranía sobre estos desheredados que pasan hambre y calamidades y el destino golpea una y otra vez a los Joad. Y lo que pierden es mucho. Demasiado. Pero ellos, y sobretodo Madre, luchan hasta el final, siempre con la vista puesta en un futuro mejor.

Ojalá todos supiéramos perder como ella, con valentía y esperanza, y ojalá nunca tengamos que perder tanto como los Joad, ni nos veamos en una situación en la que, por desgracia, se produzca semejante desarraigo y desintegración de todo lo que fue nuestra vida anterior.

viernes, 4 de mayo de 2012

24/30. Uno que no le prestaría a nadie: La taberna, de Émile Zola

Me gusta prestar mis libros por el hecho de compartirlos, de que no estén en una estantería cogiendo polvo, que circulen y los disfrute cuanta más gente mejor, siempre que los cuiden bien y me los devuelvan en un periodo de tiempo razonable. Y que luego me cuenten qué les ha parecido, por descontado.

Pero hay una excepción: no prestaría a nadie mi colección de Zola. Me ha costado mucho conseguirla y ni siquiera la he podido completar todavía, son ediciones muy antiguas porque muchas de sus novelas no se reeditan hace más de cuarenta años. Tengo esos libros como oro en paño, los adoro como adoro a quien los escribió, el maestro de maestros. Y en concreto hay uno de ellos que prestaría menos que ninguno, hablo de La taberna, el séptimo de la saga de los Rougon-MacQuart. Ese libro es para mí muy especial, ejemplo de naturalismo, de agudeza psicológica del autor, una protagonista que me robó el corazón y una historia redonda como no recuerdo otra que además me removió hasta lo profundo.
Zola suele hacerlo, me refiero a vapulearte emocionalmente con sus palabras, pasas momentos sublimes con sus descripciones tan exactas y tan vívidas tanto de un mercado como de una tienda de ropa o lo que haga falta, y momentos terribles viendo ante ti en esas páginas la miseria, la mezquindad, el egoísmo y la maledicencia. Algunos personajes están metidos en auténticos estercoleros humanos y resulta odioso reconocer muchos de esos fallos y defectos en la gente que nos rodea, en uno mismo. En ese sentido Zola es un espejo, que a veces ofrece un reflejo real y otras una caricatura que resalta lo peor de la naturaleza humana.

En La taberna la protagonista es Gervaise. Ella, en el árbol genealógico de los Rougon-Macquart, es hija Antoine Macquart y de su esposa Josephine, y nieta de Adéle Fouqué. Escapó de Plassans, su pueblo natal, con su novio Lantier y ambos fueron a París a ganarse la vida. Pero París no era mucho mejor que Plassans y resultaba duro salir adelante, y más cuando uno se topa con la falta de compromiso y el egoísmo de los demás, y malos hábitos como el alcoholismo o el juego, que hacen que resulte imposible prosperar.

Dos lavanderas, de Edgar Degas

Aunque en este libro no se habla de otros miembros de la familia de Gervaise, en El vientre de París podemos leer el destino tan diferente que tuvo su hermana Lisa gracias a un buen matrimonio y su trabajo en una carnicería. Mientras, nuestra heroína lucha por tener su propia lavandería, por ahorrar y sacar a su familia adelante, los hijos de Lantier y, posteriormente la pequeña Naná, que ya apunta maneras y se da un ligero esbozo de lo que relata el libro dedicado a ella como protagonista.

Vivir no es fácil entre los obreros de París, aquejados de paro, enfermedades y vicios que les impiden vivir dignamente. Uno de esos vicios, en el que hace hincapié esta novela, es el alcoholismo: se narra al detalle cómo puede arruinar a una persona, a toda una familia, cómo se degrada el cuerpo y el espíritu, en la misma medida que desaparece la dignidad. Una lacra tremenda y penosa para quienes han de vivir con ella.

Acabé el libro agotada emocionalmente, entristecida y a la vez maravillada por lo que es capaz Zola, por esa historia terrible y a la vez maravillosa que nos regala, porque nos damos cuenta de lo frágiles que somos, ya que sólo somos eso: humanos, y nuestras taras y limitaciones van con nosotros donde quiera que estemos, en toda época y lugar.

domingo, 29 de abril de 2012

23/30. Uno que le gustaría volver a leer en su vejez: El antropólogo inocente, de Nigel Barley

Si tengo la suerte de llegar a vieja me gustaría mucho que fuera con un mínimo de salud, acompañada de alguna persona querida, y en condiciones de poder leer y pasear. Y entonces, para empezar a despedirme de esta vida con una sonrisa en los labios, creo que releería algún libro divertido, como por ejemplo El antropólogo inocente.

Aunque he olvidado los detalles de la trama (fue hace muchos años) sí recuerdo lo mucho que me reí durante su lectura. Y aún tengo pendientes los libros que escribió el autor posteriormente visto el éxito del primero, entre ellos uno que se titula Una plaga de orugas y que es una secuela del que ahora os hablo.

Por lo pronto El antropólogo inocente tiene un subtítulo que habla por sí solo: notas desde una choza de barro. Allá por la década de los setenta el joven Barley, tras licenciarse en antropología, decidió irse a vivir un tiempo con el pueblo dowayo, una tribu de Camerún, e investigar sus costumbres y creencias. Se instaló en una choza de barro y así comenzó su aventura africana. De esas notas que escribió, surgió después un estudio antropológico inusual, que resultó contener una parte de libro de memorias y tener además la estructura de una novela en la que Barley cuenta su experiencia, a nivel profesional y personal, y va narrando cómo se desarrolló aquel año de su vida, su adaptación al cambio climático y social, aprendizaje de la lengua para poder comunicarse con los dowayos, datos interesantes a nivel cultural y social sobre este pueblo, anécdotas, e infinidad de situaciones divertidas, problemáticas o embarazosas en que se ve este antropólogo tan inexperto e inocente pero con tanta humanidad y pasión por su trabajo.

Nigel Barley dio un giro interesante a los estudios de campo escritos por antropólogos que le precedieron al incluir sus vivencias y reflexiones en el estudio, de manera que hace el texto cercano y la información accesible y amena, algo que no ocurre en los libros de este tipo, además de dar a conocer su experiencia de modo que no queda aislado el estudio sobre la tribu elegida sino que ambas cosas forman un todo, tan didáctico como comprensible, que resulta muy grato de leer a cualquier lector.

Y después de bucear en mi memoria recordando datos sobre este libro tan interesante... en fin... no sé si aguantaré a llegar a la tercera edad para releerlo.

domingo, 22 de abril de 2012

22/30. Uno de poemas (no valen antologías): Pentagramas de agua, de Isabel Delgado Rodríguez.

Confieso que mi relación con la poesía ha sido breve y escasa, con no mucho interés por mi parte. Especifico: puedo encontrar interés en una poesía en concreto, puedo adorar una canción que es pura poesía, y hasta he podido escribir algún verso hace muchísimos años... pero la iniciativa de leer un libro de poemas... pues no la tengo.

Conforme escribo recuerdo mis pobres contactos poéticos del pasado: la persona que las tardes de domingo en el Retiro se empeñó en hacerme tomar el gusto a los poemas de Pedro Salinas (Gracias por aquellos ratos), o aquel que me dedicó unos versos de Pablo Neruda diciendo que eran suyos (¡Mentiroso!) o los versos de Antonio Machado cantados por Joan Manuel Serrat, que no me cansaré nunca de oír, incluso algún poema que me ha servido de “agarradero” en algún momento terrible de mi vida y que alguien me regaló con su mejor intención y mucho cariño (Gracias de nuevo).

Podría también decir aquí que la “poesía” que he mejor he entendido, interiorizado, y que no me harto de escuchar... sí, escuchar, porque viene en forma de canción, son los hermosos poemas cantados de Joaquín Sabina.

Todo esto para decir que no suelo leer poesía aunque, como en todo, existe la excepción que confirma la regla, y me gustaría mencionar los poemas de Isabel Delgado. Pentagramas de agua es su primer libro publicado y espero que pronto nos regale otro, me conformo con que sea parecido porque es el único libro de poesía que, hoy por hoy, puedo simplemente leer por gusto.

Sus poemas son, sobretodo, musicales, cadenciosos, y creo que el título es el más adecuado porque la autora consigue imprimir sonido a sus versos, normalmente cortos y llenos de significados, claramente emotivos. Leerlo es fácil, es una poesía cercana, apta para cualquiera que quiera acercarse a ella, fácil de entender a la vez que alienta la reflexión y mueve las emociones más profundas.

Como se poco de poesía no soy la persona más adecuada para comentarlo en profundidad, pero estoy convencida de que este libro es iniciático, esa puerta que se abre a un género que no todos sabemos apreciar en su justa medida, con unos poemas tan bellos que hasta una hereje como yo puede disfrutar, con unos versos tan bien escritos que hasta el lector poético más avezado le daría una excelente nota.

Curioso hablar de notas en un libro que transmite música. Música, sensibilidad, silencios y palabras... y hasta un poco de magia, el alma de la autora reflejado en unos poemas exquisitos, que –como no podía ser de otro modo- tienen mucho de ella, porque en ellos se volcó para escribirlos. Como debe de ser.

Y para muestra, un botón:

Anillos del tiempo

He mirado en la corteza de estos años
ciegamente reencontrados
que son ritmos del espacio,
anillos del tiempo.

Y en códigos de otras lenguas
me enseñaron
que cada árbol tiene su propio sonido,
que a todas las golondrinas
les gusta volar muy bajo,
que siempre puedo encontrar
nuevos puntos cardinales
y preguntar por el nombre
de todas las flores
de todas las edades,
de todos los tiempos,
y buscar,
día a día,
el de todos los seres,
el de todas las cosas...

Y esperar.




miércoles, 11 de abril de 2012

21/30. Uno de cuentos (no valen antologías): Historias de Valcanillo, de Tomás Salvador

Valcanillo es un lugarejo de unas trescientas casas –terrosas paredes y amarillentos tejados-, con tantos vecinos como casas, que se orea expuesto a las intemperies de la vieja piel de toro, situado, exactamente, en el centro mismo de la Rosa de los Vientos.

Pueblo castellano, de Darío de Regollos y Valdés

Este no es exactamente un libro de cuentos, según se mire es una novela que contiene pequeñas historias, o varios cuentos conectados entre sí. Todo lo que en él se relata acontece en un pequeño pueblo castellano a principios de siglo pasado. La historia abarca varias décadas y no se puede situar en el tiempo (que yo recuerde) cada relato, aunque alguno pudo ser tras la guerra civil, pero no es ese un tema sobre el que el autor se extienda, más que de situaciones sociales o políticas se habla de personas, seres humildes que habitan un pueblo humilde, y el narrador es el más humilde de todos, aquel al que llaman Jacintón, el tonto del pueblo, que en vida no hizo más que deambular de un lado a otro sin ningún propósito, sustentarse de lo que le daban los demás, hacer reír con sus previsibles llantinas y sus respuestas de: “Porque me da la gana”. Después de su muerte, tras una serie de aventuras en el más allá, acaba volviendo a Valcanillo para ser su cronista fantasma y, casi, un ángel de la guarda.

Las crónicas de Jacintón son historias independientes ocurridas en el pueblo, producto del amor, del odio y de toda serie de sentimientos que se albergan en el corazón de sus paisanos, y que Jacintón vive como suyos porque lleva al pueblo y sus habitantes muy dentro de él, los ama de una manera profunda y sin restricciones, de ahí que a veces parezca un ángel de la guarda y le cueste amoldarse a su papel meramente espiritual. Consigue hacernos querer ese pequeño lugar perdido en la llanura castellana, y desear lo mejor a cada uno de los protagonistas, además de recordar otro libro también muy querido por mí: Don Camilo, un mundo pequeño, de Giovanni Guareschi, aunque aquí se sustituye lo hilarante del cura comunista y temperamental por lo entrañable del bueno de Jacintón.

Fue el primer libro de Tomás Salvador y realmente lo escribió con pulso de narrador experimentado: inventó este pueblo llamado Valcanillo, que podría llamarse de muchas otras maneras porque todos, o casi todos, tenemos un Valcanillo en mente, un pueblo pequeño y querido donde las gentes se conocen y conviven, un pueblito en el que suele haber alguien a quien llaman el tonto, víctima de burlas pero también de cariño desinteresado, que quien sabe si un día se convertirá en el mejor cronista que el lugar nunca tuvo.

viernes, 6 de abril de 2012

20/30. Uno que lo haya sorprendido por malo: Átlas descrito por el cielo, de Goran Petrovic

Después de leer y disfrutar ese maravilloso libro que es La mano de la buena fortuna, también de Petrovic, y tras meses esperando que saliera a la venta Atlas descrito por el cielo, me lancé en plancha a la librería para comprarlo. E inmediatamente lo comencé para descubrir que era lo más aburrido y carente de sentido que había leído en años. Y en esos días aprendí dos lecciones:
1. Que nada garantiza que el resto de libros de un autor que haya escrito un libro bueno vayan a tener un mínimo de calidad.
2. Que un argumento original e imaginativo si, curiosamente, no está bien hilado a la realidad, con claves que nos permitan comprenderlo y apreciarlo, puede convertirse en algo ininteligible.

Acabé el libro con la sensación de que me habían tomado el pelo. Ya no se trataba de que el primero que leí de Petrovic fuera estupendo y este no correspondiese a lo que yo esperaba de él, era la sensación de que el autor había despreciado al lector a la hora de escribir el libro, una especie de todo vale, como si tener imaginación y buenas ideas hubiera sido suficiente sin tener que esforzarse en escribir una historia y procurar el acercamiento a quien lo lee.

Me resulta más difícil criticar una novela que alabarla porque pienso que todos los libros tienen algo positivo, y que este libro me sorprendiera por malo no significa que todo en él sea terrible, al contrario, como he dicho antes la imaginación de Petrovic es prodigiosa, la idea era buena, la escritura es poética, y en su desarrollo está repleto de detalles curiosos: se trata de un grupo de personas (sin relación de parentesco entre sí) que viven en una casa a la que deciden quitar el tejado para que el techo sea el cielo, lo que provoca críticas entre los vecinos y las llamadas de atención de las autoridades. Hasta ahí suena transgresor, curioso y parece una novela que promete. Luego se va difuminando toda la fuerza de esa primera premisa y no se sabe muy bien qué ocurre, los personajes son gente extraña que no nos provoca ninguna empatía, hay unos espejos con poderes mágicos y un libro infinito llamado Serpentiana que no entendí para qué estaban allí. La narración se fragmenta, la primera e interesante intención se diluye, aparecen pasajes independientes en los que se describen cuadros, sueños. Hay un trozo de pieza teatral...

Lo dicho, originalidad no le falta, si lo considero malo no es por eso, ni por mal escrito, sino porque pienso que Petrovic, en su ansia de escribir algo fuera de lo común, se olvidó de nosotros, humildes lectores terrenales, que necesitamos algo más que fantasía pelada y bonitas palabras para disfrutar de una historia.

domingo, 1 de abril de 2012

19/30. Uno que lo haya sorprendido por bueno: Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric

Me lo regalaron en un cumpleaños, una de esas personas con buena voluntad que, sin conocer tus gustos literarios, tratan de acertar en su elección. Y efectivamente acertó. Desde aquí se lo agradezco, porque descubrí un gran libro que no me canso de recomendar.
Luego supe que esta novela es una de las tres que componen la llamada Trilogía de los Balcanes -las otras son Crónica de Travnic y La señorita- y que se pueden leer de forma independiente. Hasta entonces no había oído hablar siquiera del autor, pero me llamó la atención el título y me intrigó la ilustración de la portada, un cuadro naïf de Iván Generalic, titulado La muerte de mi amigo Virus.
Y sí, se habla de muerte en este libro, pero también de muchas otras cosas. Teniendo en cuenta que es una obra que se mueve a caballo entre lo histórico y lo anecdótico, se puede decir que el resultado es espléndido y que consigue novelar con acierto hechos reales y hacer que las anécdotas inventadas sean de lo más realista.

El Drina es un río, frontera natural entre Serbia y Bosnia, y la ciudad de Visegrad, en la que transcurren los 400 años de esta crónica, se encuentra a orillas de este río emblemático donde cuando aquella zona era una provincia adscrita al imperio otomano, un visir turco mandó construir un puente de piedra, una construcción obviamente práctica pero también simbólica pues une oriente y occidente, Europa y Turquía, cristianismo e islamismo. Un lugar de encuentro y desencuentro, de vida y de muerte. El mismo visir era un soldado jenízaro raptado por los turcos a una familia cristiana y formado después para servir al ejército otomano.

Andric llega a las raíces de los problemas de la península balcánica indagando con maestría en su historia, dando vida a los personajes que viven en la ciudad de Visegrad, al lado de ese puente que se erige en el gran protagonista de la novela: Medmed Pasa Socolovic, el puente de piedra que ve como los hombres, generación tras generación, cometen siempre los mismos errores.

Mehmed Pasa Sokolovic

domingo, 25 de marzo de 2012

18/30. El que más veces ha leído: Eva Luna, de Isabel Allende

No suelo releer libros, es raro que lea algún libro dos veces y rarísimo que incursione una tercera. Solo hay un par de ellos –que yo recuerde- que haya leído tres veces: uno es Eva Luna, de Isabel Allende, y el otro Mi planta de Naranja-Lima, de José Mauro de Vasconcelos, pero de este último hablaré en otro momento.

En una época de mi vida este libro de Isabel Allende me resultó inspirador y me divertí mucho con las aventuras de los múltiples personajes, que tenían una vida tan complicada y a veces patética, pero que contaban con buenas dosis de humor. Muchos de ellos pertenecían a sectores desfavorecidos de la sociedad o perseguidos por ella: huérfanos abandonados, proscritos -como putas y travestis- y guerrilleros que luchaban contra el orden político y social.
Eva Luna tiene la cualidad de parecer un cuento con el brillo de la inocencia y la aventura, y a la vez ser espejo de una realidad brutal: Chile en los años 70, que bajo la dictadura de Pinochet, las injusticias, los muertos y los desaparecidos, luchaba por recobrar su perdida democracia.

En su estructura la novela va alternando dos historias paralelas, la de la propia Eva y la de Rolf Carlé. Y en algún momento, el lector sospecha que sus destinos se unirán.


Rolf viene de Centroeuropa, ha vivido un drama familiar y otro social. Por un lado su padre, un profesor de escuela déspota y sádico, maltrata a su familia y mantiene a su mujer e hijos bajo la férula del miedo y la humillación, por otro, vive los horribles años del nazismo que hacen que Rolf quede traumatizado, con lo que su madre le manda a Sudamérica, a vivir con sus tíos y primas en un pueblo fundado por colonos europeos donde se conservan las costumbres y la manera de vida de su país natal.
En este nuevo entorno el chico descubre su vocación por la fotografía, el amor de sus fogosas primas y el cariño de sus tíos. Todo esto le libera en parte de su pesadilla europea y hace de él un nuevo hombre, dispuesto a luchar por la libertad de su nueva patria con el único arma que sabe usar: su cámara de fotos.

Por otro lado Eva tiene un origen incierto. Su madre, Consuelo, fue recogida de pequeña por unos misioneros que la llevaron a un colegio de monjas, luego entró a servir en la casa del Señor Jones, que pasaba la vida embalsamando cuerpos humanos con una fórmula de su invención. De una serie de situaciones tan fortuitas como disparatadas vino al mundo Eva, que con 6 años quedó huérfana con sólo una mujer, a quien llama La Madrina, que velara por ella. Siendo así trabajó desde muy pequeña sirviendo en casas a cual más peculiar, hasta que al fin se hartó de recibir humillaciones y salió en busca de su amigo Humberto Naranjo, un chico “de la calle” que conoció por casualidad y que desde el primer momento la protegió en todo lo que pudo. Humberto sería años después líder de la guerrilla revolucionaria, pero entonces era un muchacho aún adolescente que empezaba a conocer la realidad de su país. No podía hacerse cargo de Eva pero sí la dejó en casa de una prostituta amiga suya, una mujer de excepcional carácter y gran corazón, que enseñó a la niña a leer y escribir.

Eran tiempos de movilizaciones sociales y revueltas. Los personajes que conoce Eva aparecen en su vida por un viento del destino y desaparecen después de la misma manera. Y son varias las veces que la niña queda desamparada. En la última de ellas un turco de corazón de oro y labio leporino se apiadó de ella y la llevó a su casa en Agua santa, un pueblo de la montaña. Allí Eva se hace mujer, toma conciencia de su aspecto físico, y se enamora por primera, o segunda vez, que no hay que olvidar que la relación con Humberto Naranjo tenía un componente romántico y de atracción mutua.

Muchas cosas ocurren en este libro, entre peculiares personajes y situaciones difíciles, divertidas y extravagantes, Eva se hace mayor, demostrando una gran habilidad para inventar y contar cuentos. Una moderna Sherezade que, cuando al fin encuentra su lugar en la vida, al lado del hombre que vino de tan lejos, hace de sus noches (sus mil y una noches) un momento eterno, porque el amor y las historias que cuenta les traslada desde ese pasado tremendo de los dos a un lugar de ensueño sin limitación en el tiempo: la cama en que duermen, protegida por la lechosa claridad de las mosquiteras, donde ambos se lamen las heridas y disfrutan de la alegría de estar juntos y la felicidad que el destino les ha deparado.

Un final de cuento para una novela que, como dije antes, esconde grandes dramas, muchas dosis de brutalidad, injusticia y una gran parte de buen humor que hacen que Eva, siempre decidida y fuerte, se convierta en un personaje que, dentro de su sencillez, es una heroína, ejemplo de la fortaleza del pequeño ante el grande, de la valentía de vivir y de la capacidad de dar siempre lo mejor de sí misma: sus cuentos, que apuestan por la valentía, el amor y la capacidad de las personas –y en especial de las mujeres- de ayudar a los demás y superar todas las situaciones tristes.

¿Cómo no iba a resultar inspirador un libro así?

miércoles, 14 de marzo de 2012

17/30. Uno de este año: La familia Moskat, de Isaac Bashevis Singer

Esta es la historia de la familia de Meshulam Moskat, casado en primeras nupcias con Minna, de quien tuvo a Joel, Pearl, Hama y Nathan. Su segundo matrimonio fue con Yente Malka, y con ella engendró a Pinnie, Nyunie y Leah, y por tercera y última vez se unió a Rosa Frumetl, que tenía una hija, de un matrimonio anterior, llamada Adele.
Meshulam fue siempre hábil con las finanzas: edificó, invirtió y especuló en bolsa. Con el tiempo fue propietario de varios edificios y de las rentas que estos producían vivían sus hijos y nietos, que ejercían de administradores y cada mes le rendían cuentas.

Nos encontramos en la Varsovia de antes del Holocausto, donde acontecen las diversas historias que se entrecruzan en esta novela, todas dentro del ámbito de la comunidad judía que habitaba en la ciudad, cuando todavía las restricciones no eran tan graves ni el odio hacia ellos tan intenso, de modo que aún podían hacer sus vidas y seguir sus preceptos sin trabas. Y eso es lo que nos muestra Singer en esta estupenda novela en la que se adentra en el universo judío con sus diferentes facciones, su manera de vivir y relacionarse, y los cambios que irremediablemente van afrontando. Esta particularidad es uno de los grandes valores de La familia Moskat y la razón por la que interesa leer más de Singer.
Aunque hay más razones, por supuesto, su prosa es sencilla y certera, con pocas descripciones es capaz de crear ambientes y dar a conocer a sus personajes. Como un prestidigitador de las palabras supo escribir una saga como esta sin que, a pesar de la cantidad de personajes, resulte un problema para la comprensión. Esto lo logró centrándose en varios de ellos y manteniendo a los demás presentes pero sin profundizar excesivamente en sus vidas. Así podemos destacar de entre el elenco de personajes a Abram Shapiro, marido de Hama, el yerno escandaloso e irreverente del patriarca Moskat; a Adele, la hijastra de Meshulah y a su nieta Hadassah, amando las dos a un hombre, Asa Heshel, a quien resulta muy difícil amar. Y también Leah, la hija más joven de Meshulah, que vive enamorada de Koppel Berman, administrador y consejero de la familia, un hombre casado y con hijos.

Como fondo tenemos los cambios que experimenta la comunidad judía, en un momento en que muchos de ellos comienzan a emigrar a Estados Unidos. Los más conservadores siguen confiando en la llegada del mesías que les liberará de todos su problemas, su tradicionalismo en algunos casos se convierte en fanatismo. Los sionistas no reniegan de la llegada del mesías pero son reacios a esperar y quieren forzar una solución para el pueblo judío. Así son muchos los que emigran a Palestina y empiezan a colonizar la futura Israel.

-¿Es una familia numerosa?
-Un ejército. De todas las especies, como en el arca de Noé. Pero ¿de qué sirven los números? Nosotros, los judíos, te lo aseguro, estamos edificando sobre arena. Vivimos en el aire. No nos dan una oportunidad.
-¿De verdad crees en Palestina?
-¿Por qué? ¿Tú no crees en ella?
-¿Qué haremos si los turcos se niegan a entregárnosla? No se los puede forzar.
-Tendrán que entregarla. Existe algo llamado la lógica de la historia.
Y, mientras tanto, ellos celebran el Sabbath, el Purim, la januká y resto de conmemoraciones que les son propias, las mujeres se peinan con trenzas enroscadas hasta que se casan y se rapan el pelo para ponerse la tradicional peluca de matrona. Los hombres se visten con negro ropaje y lucen luengas barbas. Unos y otros parecen incapaces de comprenderse en esta novela donde la idea de pareja queda bastante maltrecha: ni un matrimonio feliz, estable o tranquilo en sus páginas. Da la impresión de que Singer plasmó su gran desilusión al respecto impidiendo a sus personajes ser felices en el amor, haciendo que se casen y se divorcien constantemente, que los más bellos romances se envilezcan, y que se pase del amor al odio con demasiada frecuencia.

No es un libro alegre, por descontado, las contingencias históricas y las biografías de los protagonistas hacen de La familia Moskat una novela bastante nostálgica, que sirve para reflexionar sobre la historia, sobre el pueblo judío y, cómo no, sobre el ser humano en general.

Yanek nunca se cansaba de oír hablar de esta gente que había vivido durante ochocientos años en suelo polaco y nunca habían aprendido la lengua polaca. ¿De dónde venían? ¿Eran descendientes de los antiguos hebreos? ¿Eran, tal vez, nietos de los Khazars? ¿Qué ideal los mantenía unidos? ¿De dónde sacaban aquellas barbas negras como el carbón o rojas como el fuego, aquellos ojos indómitos, las pálidas caras aristocráticas? ¿Por qué los odiaban las naciones de manera tan feroz? ¿Por qué fueron expulsados de tantos países? ¿Cuál fue la apremiante urgencia que los envió a Inglaterra, a América, a Argentina, a Sudáfrica, a Siberia, a Australia? ¿Por qué ha sido precisamente ese pueblo el que ha dado al mundo a Moisés, a David, a los profetas, a Jesús, a los apóstoles, a Spinoza, a Karl Marx.

martes, 6 de marzo de 2012

16/30. Uno ruso que sí haya leído: Anna Karenina, de Lev Tolstoi

He leído a varios escritores rusos, no sé si suficientes para poder considerarme admiradora de la literatura de aquel país. Creo que Rusia tiene una historia interesante, aunque trágica, y que los rusos son una gente sufrida a la fuerza que parecen explorar el largo y el ancho de la desesperación y el drama en sus expresiones artísticas.

Con Anna Karenina conocí el universo de ese inmenso autor que es Tolstoi. Fue el primer libro que leí de él y lo elegí porque en aquel tiempo estaba interesada en ese subgénero que se dio en el siglo XIX en el que se trataba de cerca el adulterio de la mujer y la forma en que esto afectaba a la sociedad circundante y a ella misma. En una época en que la infidelidad femenina era algo tan grave y tan digno de castigo, las que lo hacían no sólo arriesgaban su honra, también su posición social, sus amistades y todo cuanto tenían.
También en esos años leí Madame Bovary, El primo Basilio, La Regenta y Effi Briest, un compendio de mujeres que se aventuran en lo prohibido y, de la mano de plumas geniales, visité Francia, Lisboa, la ficticia Vetusta en España, Alemania y, por supuesto, la capital rusa con la bellísima Anna, que es infiel a su marido, un alto funcionario del gobierno, con un joven oficial: el conde Vronsky. El ostracismo al que se ve condenada por esta causa, el rechazo de su marido, la pérdida de su hijo y la ausencia de vida social pues todos los amigos que había frecuentado hasta entonces le dan la espalda, es suficiente para amargar la vida de esta mujer sensible.
Para colmo la relación con Vronsky se complica, van a San Petersburgo, viven una temporada en el campo, vuelven a Moscú... el marido de Anna no le concede el divorcio y Vronsky sigue haciendo vida social mientras ella se consume de celos y soledad.

Hay muchas razones para leer esta novela que, además de un interesante argumento, contiene una magnífica descripción de la aristocracia de la época zarista, con sus diversiones, su falsa moral, sus convencionalismos y su amor por todo lo francés. Es una obra monumental, en extensión y en intensidad, una joya de la literatura que estaría bien que todos leyéramos en algún momento de nuestra vida.

Quisiera mencionar por último un detalle que siempre me gustó de este libro: su comienzo.

Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera.

viernes, 24 de febrero de 2012

15/30. Uno que haya amado hace años y del que hoy reniega.

Por muchas vueltas que le he dado no recuerdo ningún libro que haya amado hace años y del que hoy reniegue, ni tan siquiera que no me guste.
Es cierto que no releería ciertos libros que leí hace años porque creo que no me gustarían como la primera vez y me daría pena perder la sensación que ha dejado su lectura en mi recuerdo. Quizá me pasara esto con alguna novela de Isabel Allende, Arundathi Roy y muchas de las que me gustaron en mi infancia y adolescencia. Pero, aunque ya nada fuera lo mismo, aunque ahora me resultaran aburridos, insulsos, o vaya-usted-a-saber no renegaría nunca de ellos. Creo que las lecturas que uno ha amado merecen un gran respeto porque nos acompañaron y nos hicieron felices en un momento dado y eso merece que, como mínimo, se les recuerde con cariño.

Así que no puedo mencionar ni uno sólo que me haya gustado y ahora aborrezca porque no lo hay, y si lo hubiera lo omitiría por una sensación que tengo entre el respeto y el no querer traicionarme a mí misma, a la lectora que fui, a la lectora que soy.

jueves, 16 de febrero de 2012

14/30. Uno que haya odiado hace años y hoy admira: La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera.

No hay ningún libro que haya odiado y ahora me encante. Hay, eso sí, un libro que no me resultaba atrayente en absoluto y luego, cuando me decidí a leerlo, se convirtió en una de mis novelas favoritas, además de descubrirme a un autor que resultó ser un filón.
Estoy hablando de La insoportable levedad del ser. Lo tenía en casa porque lo compré de una colección que RBA sacó a principios de los noventa y vino junto con otro que me gustaba mucho. Pasó años en la estantería. El título me desalentaba, me hacía pensar que sólo podía tratarse de una novela densa y quizá algo pedante. Cientos de veces pasé por delante sin prestarle mucha atención y dudando seriamente que alguna vez lo llegase a leer.

Por suerte un día dejé mis prejuicios de lado y me sumergí en sus páginas. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme una lectura sencilla y a la vez interesante que me atrapó desde la primera página. Lo que me hechizó de Kundera es su capacidad para lo que yo llamo “la filosofía de estar por casa”. Analiza con brillantez pequeños sucesos y sentimientos de la vida cotidiana, hablando de sus personajes habla de todos nosotros y es muy difícil no sentirse identificado con alguna de las situaciones que relata. ¿Para qué preocuparse de la procedencia de la humanidad si, en el día a día, las relaciones entre los seres humanos plantean incógnitas más sugestivas e inmediatas?

El libro trata de una relación entre un hombre, Tomás y una mujer, Teresa, pero también de la relación de amantes que Tomás tiene con Sabina, y de Franz, el amante de Sabina. La mayor parte de reflexiones de esta novela giran en torno a la pareja y el complejo mundo de la sexualidad y los sentimientos en un relato complejo pero fácil de entender en el que Teresa muere de celos y Tomás la ama hasta el punto de ser “la única mujer con la que le apetece dormir”, pero no puede renunciar a la sexualidad con otras mujeres.
Como telón de fondo se nos presenta una Chequia bajo la férula del comunismo y cómo esto afecta a las personas en su vida cotidiana hasta el punto en que muchos sueñan con emigrar, tema que es una constante en las obras de este autor.

Una novela que invita a la reflexión, una lectura amena y una gran capacidad de escribir se esconden tras un título que, aún hoy, sigo aborreciendo, aunque también le encuentro cierto significado tras haber leído el libro.
Esta experiencia me enseñó a que hemos de dar el valor justo a los títulos. Que uno bonito o evocador resulta muy atrayente, pero uno que no nos agrade ni nos llame la atención puede esconder tras sus páginas horas de buen entretenimiento e incluso una lectura que nos acompañará toda nuestra vida.

El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien, sino en el deseo de dormir junto a alguien.

martes, 7 de febrero de 2012

13/30. El primer libro que leyó en su vida: El diario de Ana Frank

En realidad no se cual es el primer libro que leí, probablemente alguno de la serie Los cinco, de la maravillosa Enid Blyton, que tantos buenos ratos me hizo pasar. También recuerdo una colección de libritos que se titulaba Cuentos escogidos, de la cual tenía un par de tomos profusamente ilustrados (uno de ellos con un error de imprenta: algunas páginas en blanco) y que leía una y otra vez. O los de la colección El Molino que tomaba prestados de la biblioteca del cole, todos ellos con protagonistas adolescentes que descubrían su vocación para el futuro.
Mercedes e Inés o cuando la tierra gira al revés, Las travesuras de Julio, Mi planta de naranja-lima, los inolvidables ilustrados de Bruguera... mis tardes de infancia pasaron con uno de estos libros siempre entre manos, y alguno más, todos libros para niños.

Pero quiero mencionar mi primer libro “para mayores”: Tenía yo unos doce años y me regalaron El diario de Ana Frank. No imaginaba que iba a quedar tan impresionada. Era una edición de la colección El ave fénix donde se veía el rostro de la niña y al fondo un edificio, que bien pudiera ser aquel en el que vivió escondida con su familia durante tanto tiempo. Por aquel entonces para mí el Holocausto era algo difuso, que no sabía bien de lo que se trataba y se veía de manera tangencial en algunas películas pero con esta lectura abrí los ojos a una realidad tan dolorosa como indignante. Tanto más porque la Ana del libro y yo teníamos la misma edad, parecidos problemas generacionales y muchos intereses en común.

Éramos dos niñas como tantas otras pero ella no podía salir de aquel anexo en el que estaban refugiados, tenía que vivir entre cuatro paredes y corría peligro de muerte por ser judía. Desolador.

Pero el libro no sólo me enseñó esta amarga realidad porque, ¿cómo se enfrentaba Ana a su desdicha? Tenía esperanza, estudiaba, aprendía... y hasta se enamoró del hijo de otra familia que compartían refugio. Una niña con un mundo interno muy desarrollado y unas ganas de vivir y de aprender que fue un acicate para mí, que me entristecía por cosas infinitamente más insignificantes y no hallaba fuerza de voluntad para estudiar en circunstancias infinitamente más privilegiadas. Durante unos años leí aquel libro varias veces y Ana fue un ejemplo para mí, un ejemplo de no rendirse, de perseverar, un ejemplo de sacar lo mejor de mí incluso en las peores circunstancias.

Luego pasaron los años, yo seguí creciendo y viviendo y ella no. Se quedó ahí, para siempre en sus 13 años, para siempre recordada con ternura como el ejemplo de tantas vidas truncadas sin motivo y sin ningún sentido, en un exterminio estúpido que nunca debió existir y que siempre pesará como una losa en la conciencia de los hombres. O al menos eso espero, que pese como una losa para siempre y que nunca podamos olvidarlo.

Agradezco a Ana Frank haberme descubierto lo peor de la infamia y la degradación humanas de la manera más bella: el canto a la vida que es su diario.

martes, 31 de enero de 2012

12/30. Una biografía: Lajos Zilahy.

No soy lectora de biografías pero hace un tiempo tuve el gusto de leer algo sobre la vida de uno de mis autores favoritos: Lajos Zilahy. Era un librito cortísimo que compré en una tienda de viejo y que supongo deben ser los únicos sitios donde se puede adquirir. Se titulaba La vida de un escritor, escrita por F. Oliver Brachfeld con extensos pasajes en los que el propio Zilahy comentaba sucesos de su vida y que, en su momento, habían sido publicados en diversos periódicos en Hungría, ya que Zilahy era un personaje muy mediático.
El libro, a pesar de lo breve, me gustó mucho y en base a él redacté el siguiente artículo:

Lajos Zilahy nació en 1891, en la ciudad de Nagy-Szalonta, cuando ésta formaba parte del imperio austro-húngaro. El hecho de vivir en una época y un lugar que le permitieron conocer cambios históricos decisivos, y también sufrirlos, le proporcionaron mucho y variado material para sus obras y en ellas nos encontramos que, tras argumentos ficticios que cautivaron a lectores de muchos países, hay vivencias e ideas del propio autor.

Se puede decir de este autor que tuvo una vida de novela pues vivió de cerca sucesos históricos que determinaron su destino. Pero no se limitó a ser un simple observador de lo que ocurría, su carácter comprometido e idealista le llevó a formar parte activa en los acontecimientos que le rodeaban: por un lado dio a conocer al mundo la realidad de su país y de la convulsa Europa de primera mitad de siglo XX con sus obras de teatro, novelas, películas y los artículos que escribió para los periódicos en los que trabajaba, por otro cedió su fortuna al Estado para que fundara un colegio donde jóvenes húngaros inteligentes y válidos, de cualquier extracción social, aprendieran y se convirtieran en individuos capaces de tomar las riendas de la nación, pues consideraba que apenas figuraban húngaros en aquellos puestos en los que se decidía el destino de Hungría.

Era un hombre que sentía pasión por la historia de su país y, en particular, por sus propios antepasados. Según una investigación que hicieron él y su hermano del árbol genealógico familiar, su apellido significa “de Zilah” (de la ciudad de Zilah, en el corazón de Transilvania), y la y griega final implica pertenencia a la pequeña nobleza, en concreto a la nobleza Hajdú, estirpe que cuenta con varios cientos de años y el orgullo de haber salvado a la nación gracias a resistir el acoso de los imperios turco y germano en el siglo XVI. Todos aquellos valientes patriotas, entre ellos Márton Zilahy, se vieron compensados en 1596, cuando el Príncipe de Transilvania, Segismundo Báthory, les confirió la nobleza con todos sus atributos. Este interés por sus raíces lo plasmó el autor en uno de sus primeros libros: El amor de un antepasado mío (1923), donde rinde un tributo a sus ancestros narrando las andanzas de Martin Zilahy, el abuelo de su abuelo, húsar del emperador José II, y también las del guerrillero Mihály, el lobo feroz. Este último en representación de otro antepasado, muy anterior en el tiempo a su tatarabuelo, aunque cronológicamente los haga coincidir en la novela.

Volviendo al árbol genealógico, hubo varias generaciones de pastores calvinistas en la familia y al fin llegamos a su padre, que trabajó como notario, y murió cuando él tenía catorce años, dejando a la familia en la pobreza. Fueron tiempos difíciles agravados por el primer conflicto mundial, al que Lajos se alistó, pero fue gravemente herido, por lo que le dieron de baja en 1916. Poco después él y su familia fueron expulsados de su pueblo natal por los nuevos ocupantes rumanos, y tuvieron que vivir un tiempo en un vagón de tren. Este episodio dio pie a una de sus mejores novelas: La ciudad vagabunda (1939) que cuenta la huída de los ciudadanos húngaros de la ocupación rumana tras la 1ª guerra mundial, como resultado del tratado de Trianón firmado en 1920, en el que se cedieron algunas regiones a checos, serbios y rumanos. Como consecuencia, algunas de las familias que perdieron su hogar tuvieron que refugiarse en unos vagones de carga de la Estación del Norte de Budapest.

A pesar de todo, a base de trabajo y esfuerzo, la familia salió adelante y nuestro autor consiguió estudiar derecho, aunque pronto descubrió su vocación de escritor, y a ello se dedicó en cuerpo y alma. Publicó un recopilatorio de poemas que no tuvo mucha trascendencia. Sin embargo obtuvo gran éxito con las obras de teatro, que además eran más rentables económicamente que las novelas. La primera de ellas, una comedia titulada Fantasmas, fue la piedra de toque para que Zilahy se convirtiese en alguien conocido, pues su primera novela, Primavera mortal (1922) había pasado bastante desapercibida. Trata esta una historia de amor en la que un joven aristócrata de provincias es rechazado por su novia, lo que le llevará al juego y a la bebida, hasta que conoce a otra mujer. En 1939 fue llevada a la gran pantalla de la mano del mismo Zilahy.

Así pues la fama llegó por fin cuando contaba 32 años de edad. A raíz de sus éxitos con el teatro el público descubrió sus novelas y a finales de la década de los 30 sus obras habían sido traducidas a 15 idiomas. Entre ellas Algo flota sobre el agua (1928), en la que János, un joven pescador que vive con su esposa, su hijo y su suegro, divisa un día, mientras pesca en el Danubio, lo que parece el cadáver de una mujer. Este acontecimiento trastocará la vida de todos. Y también El desertor (1930), las aventuras del patriota Itsván Komlóssy, resentido contra el dominio austríaco, que toma la decisión de desertar del combate. Para escribir esta novela el autor utilizó sus propios recuerdos como combatiente en la 1ª guerra mundial.

A su mujer, Piroska Bárczy, la conoció en un concierto, cuando él tenía 39 años y ella algunos menos. Su vida sentimental hasta entonces había sido un fracaso, según él mismo decía por la calidez que no era capaz de dar a una mujer, ya que la volcaba toda en sus escritos. Cuando vio a Piroska aparecer entre los otros invitados, creyó ver en ella a Miett de Almady, la protagonista de Dos prisioneros, también traducida como Las cárceles del alma. Piroska era tal como había imaginado a aquella muchacha cuando la dio vida en la famosa novela que, publicada en 1927, fue una de las que más fama le reportó. La obra trata de dos jóvenes, Pedro y Miett, que se conocen en Budapest, se enamoran y se casan. Pero Pedro es llamado a filas para participar en la guerra al poco de casarse y su exilio se prolonga durante largos años, debido a que ha sido deportado a Siberia. Ambos se encuentran presos de una relación breve que con el tiempo y la distancia se ha enfriado y ya no tiene razón de ser.

Esta novela fue escrita para publicarse en folletín y está dedicada a uno de los parientes del autor, muerto en cautiverio en Siberia. En España se publicó por primera vez al precio de 4 pesetas y con cuarenta cortes hechos por la censura.

Con respecto al matrimonio de Zilahy cabe destacar que, a pesar del inconveniente de que profesaban distintas religiones (él era calvinista y ella católica), un problema que tenían muchos matrimonios de la época, sobre todo en lo que se refiere a la educación de los hijos, Lajos y Piroska fueron una pareja unida que vivieron los conflictos y felicidades propios de cualquier matrimonio. Y mientras, en su vida profesional, el escritor saboreaba las mieles del éxito. No tardó en ceder los derechos de sus obras para convertirlas en películas, incluso viajó a Estados Unidos, donde estuvo tentado de quedarse a vivir, con la seguridad de que tendría éxito trabajando en el cine. Sin embargo fue más grande el deseo de ser útil a su país, así que volvió, fundó la productora Pegazus, S.A. en 1939, y se instaló con su mujer y Mihály, el hijo de ambos, en su casa, ubicada en las colinas de Buda. De su estancia en Norteamérica tuvo la inspiración para escribir El alma se apaga -o También el alma se extingue- (1932), donde habla del desarraigo de los emigrantes, en concreto de un emigrante húngaro en Estados Unidos que huye de la pobreza para empezar una nueva vida. En esta novela, como en otras de este autor, la trama es inventada pero muchas de las vivencias son reales, experiencias del autor cuando vivió en aquel país, haciendo frente a la nostalgia, a un nuevo lenguaje y, sobretodo, a la distancia que hacía que cada vez se sintiera más lejos de su tierra, más desarraigado, que sintiera que su alma se apagaba.

Especialmente decisivo en las vidas de la familia Zilahy fue el día en que volvieron de pasar el fin de semana fuera de Budapest, concretamente el 6 de septiembre de 1942, y encontraron su casa destrozada por una bomba de un avión ruso. El impacto les llevó a tomar una decisión en la que ya llevaban pensando varios años: cederían su fortuna al Estado para la creación de la escuela Esteban Horthy, quedándose con lo imprescindible para vivir y empezar de nuevo. Un gesto tan alabado como criticado por sus contemporáneos, por considerarlo próximo al comunismo, algo que, por otra parte, no era cierto. Lajos no era comunista, veía bien la propiedad privada, pero era un hombre justo al que no le parecía correcto que unos tuvieran mucho y otros carecieran de lo básico. Esas eran el tipo de ideas que movían a un hombre como él, además del pacifismo, y el patriotismo, entendido como deseo de que su patria fuese una nación fuerte e independiente. Por esto mismo debió ser un mal trago para él todo lo ocurrido en la década de los cuarenta, tan lejano a la paz y prosperidad que deseaba para su país. Su aversión al fascismo le valió la persecución de los partidarios de Hitler en Hungría, y la posterior censura de los agentes de Moscú tras la segunda guerra mundial hicieron que emigrase a Estados Unidos en 1947. Su época en el exilio fue bastante fructífera, Lajos escribía y participaba en el montaje de obras de teatro y películas basadas en sus novelas. Mientras, Piroska trabajaba en un hospital. En noviembre de 1949 perdieron a su hijo Mihály en un accidente. El chico pertenecía al equipo de rifle de la universidad y se disparó con su propio fusil cuando le ajustaba la correa. Semejante desgracia marcó a los dos padres para el resto de sus días.

Lejos de su país Zilahy escribió uno de sus libros más patrióticos: Los Dukay, trilogía semi-histórica que narra la decadencia de una familia de la aristocracia magiar desde 1814 hasta mediados de siglo XX. Una obra soberbia donde la historia y la vida privada y pública de los Dukay se entrelazan para darnos a conocer lo acontecido en ese trocito de Europa que es Hungría. El estilo de este escritor, siempre ameno y fascinante, sus guiños al lector, sus golpes de humor y el hecho de que esta novela aúne todos los temas que le preocuparon, hacen de ella una de las más completas de toda su bibliografía. La trilogía, que se desarrolla a lo largo de unas 1.700 páginas, no está escrita en orden cronológico: escribió la segunda y tercera partes y luego completó con la primera.

El siglo feliz, también traducido como El siglo escarlata (1960) es la primera parte. Comprende el periodo entre el Congreso de Viena en 1814 hasta la primera guerra mundial, y narra la historia de dos hermanos mellizos -Antal (Glücki) y Arpad (Dali)- cada uno con un carácter y una tendencia ideológica distinta, simbolizando las diferentes posturas que podían darse en la Hungría imperial: a favor de los Habsburgo o a favor de la independencia y autogestión de Hungría.

Los Dukay (1949), es la segunda parte, y abarca de 1914 a 1939. Se compone a su vez de tres partes: El castillo de Ararat, Kristina y el rey, y El crepúsculo cobrizo. Aquí nos encontramos una nueva generación de Dukays en un mundo que cambia rápidamente y en el que tienen que encontrar su lugar. En la familia protagonista el padre, István Dukay (Dupi), es nieto del Antal de la primera parte, y con su esposa Klementina (Menti), tienen cinco hijos: El mayor Imre (Rere) sufre retraso mental, eso no impide que su lucidez intuitiva haga de él un personaje inolvidable, Kristina, que está enamorada sin ser correspondida del emperador destronado Carlos I, el pragmático György (Ostie) que, pese a que tiene intención de hacerse cargo de las propiedades familiares acaba emigrando a Estados Unidos, pues se casa con una rica heredera norteamericana, János (Johy), que se inclina hacia la ideología nazi, y, por último, Terézia (Zia), la más joven de todos, y también la más aventurera y transgresora.

La trilogía termina con El ángel enfurecido (1953), que narra las peripecias de la familia dentro de su marco histórico, de 1939 a 1953. En ella conocemos el desenlace de las vidas de cada uno de los hermanos, así como de Mihály Ursi, plebeyo de izquierdas y segundo marido de Zia, que representa la lucha de los húngaros contra el nazismo primero, y más tarde contra el régimen soviético.

Los temas de este autor, como se deduce de todo lo dicho, son las guerras que él mismo vivió, la patria, la historia de Centroeuropa, la emigración, el vínculo con los antepasados y, en general, las pasiones humanas. Para un público que, tras una guerra mundial, precisaba de un bálsamo contra los problemas derivados de la contienda, fueron unas novelas muy apropiadas, historias cuyos personajes eran gente corriente que viven, luchan y se enfrentan a lo cotidiano. Esa fue la clave de su celebridad. En España el éxito vino poco después, al principio sus novelas pasaron desapercibidas, pero una oportuna polémica entre críticos literarios sobre la amoralidad de Primavera mortal hizo que cobrara popularidad y que los lectores se aficionaran a él de modo que Zilahy se convirtió en uno de los escritores extranjeros más leídos, aunque desgraciadamente la censura nos privó de muchos fragmentos de sus novelas.

Años después autor y obra fueron cayendo en el olvido, hasta el día de hoy en que su nombre apenas se menciona en los círculos literarios.

Además de otras novelas como Las armas miran atrás (1936), un mensaje pacifista en una Europa abocada a un segundo conflicto mundial, ya que trata de un traficante de armas que sufre una transformación cuando conoce a una mujer de gran integridad, Vida serena (1941) o En el profundo bosque (1959), el autor escribió un total de 19 obras de teatro, algunas de ellas también se llevaron al cine. Su primer éxito fue la comedia Fantasmas, al que siguieron otras, no menos importantes como Brilla el sol (1924), donde aparece una figura vital en la infancia del autor, concretamente en los años de la escuela primaria: el maestro Lehoczky. Estrellas, una comedia que resultó un fracaso, gracias a lo que decidió ahondar en su producción novelística. Y otros títulos como Siberia (1928) en torno a un grupo de húngaros prisioneros en Rusia durante la primera guerra mundial, El general (1928) drama del que La Paramount hizo una adaptación al cine titulada El pecado virtuoso. El pájaro de fuego (1932), La cierva blanca, y Torres de madera, una protesta patriótica contra la injerencia extranjera ambientada en la década de 1940. También tiene algunas recopilaciones de cuentos, como las tituladas El gran dilema, El velero blanco e Idilio de pescadores.

Zilahy nunca vovió a Hungría, murió en Novy Sad, Serbia, -donde tenía una casa a la que iba a menudo- en 1974, sus cenizas fueron llevadas a Budapest, tal como dispuso en su testamento. Nos dejó un legado valiosísimo: obras de teatro, cuentos y novelas, que desde hace decenios es preciso encontrar en tiendas de segunda mano, con excepción de un par de ellas, que sí fueron reeditadas. Afortunadamente la editorial Funambulista se ha propuesto publicar una colección con todas sus novelas, traducidas nuevamente y, por tanto, sin la censura franquista, bajo el nombre de Biblioteca Lajos Zilahy. Es una suerte para todos que iniciativas como esta nos hagan más accesible la lectura de escritores injustamente olvidados.
“Lo infinito se hace tanto más pequeño cuanto más vamos conociéndolo, y las personas tanto menos numerosas cuanto mejor sabemos distinguirlas unas de otras”. Lajos Zilahy, fragmento del artículo titulado Donde yo fui niño.

BIBLIOGRAFÍA
-La vida de un escritor, biografía y autobiografía comentadas, Lajos Zilahy-F. Oliver Brachfeld, Editorial: Lara. 207 páginas
-A history of hungarian literature (from the earliest times to the mid-1970´s), Lóránt Czigány.
-Some reminiscences about Lajos Zilahy, Stephen Beszedits.