Hay veces que me quedo impresionada ante pasajes que, quizá a otros no le digan nada, y se que en la historia de la literatura hay escenas de amor mucho más impresionantes, que merecen toda la atención y el reconocimiento. Sin embargo yo me enamoré de este pasaje, es sólo un beso, el que da Ricardo Reis a la virginal Marcenda, la muchacha que tenía el brazo izquierdo inválido.
La primera vez que lo leí me impresionó tanto que lo volví a leer otras tres veces, sólo por el gusto de repetir ese beso.
“Retrocede Ricardo Reis hacia la puerta, Marcenda sube el último tramo, sólo entonces se da cuenta de que no ha encendido la luz de la escalera, va a recibirla casi a oscuras, y mientras duda sobre lo que debe hacer, encender o no encender, hay otro nivel de pensamiento en que se expresa una sorpresa, cómo fue posible que apareciera tan luminosa la sonrisa de Marcenda, vista desde aquí arriba, ante mí ahora, qué palabras habrá que decir, no puedo preguntar, Cómo va todo, o exclamar plebeyo, Mira quién está aquí, o lamentarme romántico, No la esperaba ya, estaba desesperado, por qué tardó tanto, ella entró, yo cierro la puerta, ninguno ha dicho nada aún, Ricardo Reis le coge la mano derecha, sólo quiere guiarla en este laberinto doméstico, nunca hacia el dormitorio, sería impropio, hacia el comedor sería ridículo, en qué sillas de la amplia mesa se iban a sentar, uno al lado del otro, enfrentados, y cuántos serían, innumerarbles él, ella, sin duda, no única, vamos pues al despacho, ella en una butaca, yo en otra, entraron ya, están al fin encendidas todas las luces, las del techo, las de la mesa, Marcenda mira alrededor los muebles pesados, las dos estanterías con pocos libros, el secantes verde, entonces Ricardo Reis dice, Voy a besarla, ella no respondió, con gesto lento sujetó el codo izquierdo con la mano derecha, qué significado tendrá este movimiento, una protesta, una petición de tregua, una rendición, el brazo así cruzado ante el cuerpo es una barrera, tal vez un rechazo, Ricardo Reis avanzó un paso, ella no se movió, otro paso, casi la toca, entonces Marcenda suelta el codo, deja caer la mano derecha, la nota muerta como la otra está, la vida que hay en ella se divide entre el violento corazón y las rodillas trémulas, ve el rostro del hombre aproximarse lentamente, siente que se le va formando un sollozo en la garganta, en la suya, en la de él, los labios se rozan, es esto un beso, piensa, pero esto es sólo el principio del beso, la boca de él se aprieta contra la suya, los labios de él abren sus labios, es ése el destino del cuerpo, abrirse, ahora los brazos de Ricardo Reis la ciñen por la cintura y por los hombros, la aprietan contra él, y el seno se comprime por primera vez contra el pecho de un hombre, ella comprende que el beso no ha acabado aún, que en este momento es inconcebible que pueda acabar y volver al mundo del principio, a su primera ignorancia, comprende también que debe hacer algo más que estar de brazos caídos, la mano derecha sube hasta el hombro de Ricardo Reis, la mano izquierda está muerta, o dormida, por eso sueña, y en el sueño recuerda los movimientos que hizo en otro tiempo, elige, relaciona, encadena los que, soñando, la alzan hasta la otra mano, ahora ya se pueden entrelazar dedos con dedos, cruzarse por detrás de la nuca del hombre, no debe nada a Ricardo Reis, responde al beso con el beso, a las manos con las manos, lo pensé cuando decidí venir, lo pensé cuando salí del hotel, lo pensé cuando subía aquella escalera y lo vi inclinado sobre el pasamanos, Va a besarme. La mano derecha se retira del hombro, resbala exhausta, la izquierda nunca ha estado allí, y a la altura del cuerpo inicia un movimiento de retracción, el beso ha alcanzado el límite en que ya no puede bastarse a sí mismo, separémonos antes de que la tensión acumulada nos haga pasar al estadios siguiente, el de la explosión de otros besos, precipitados, breves, sofocantes, en que la boca ya no se satisface con la boca, pero a ella vuelve constantemente, quien de besos tenga alguna experiencia sabe que es así, no Marcenda, por primera vez abrazada y besada por un hombre, y ahora se da cuenta, se da cuenta todo su cuerpo dentro y fuera de la piel, que cuanto más se prolongue el beso mayor se hará la necesidad de repetirlo ansiosamente, en un crescendo si n final posible en sí mismo, será otro el camino, como ese sollozo de la garganta que no crece y no se desata, es la voz la que pide, inaudible, Déjeme, y añade, movida por no sabe qué escrúpulos, como si tuviera miedo de haberle ofendido, Déjeme sentarme.”
Hola Lola,
ResponderEliminarPasaba por tu blog y no me puedo resistir a hacer un comentario.
Este libro lo disfruté tanto, no sé si por Saramago o por Pessoa.
Cuando leí el libro leía mucho a Pessoa y esta historia que inventa Saramago, me pareció una maravilla.
Tonterías mias.
Saludos,
Bara
Nada de tonterías, Bara. :)
ResponderEliminarEs que está muy conseguido el tono para semejarse a Pessoa, así parece un libro reflejo de otro. Gracias por tu comentario.