viernes, 20 de mayo de 2011

Manual de pintura y caligrafía, de José Saramago

Editorial Alfaguara, Biblioteca Saramago.
301 páginas.

Nos encontramos ante una novela-ensayo en la que se propone una simbiosis entre pintura y escritura. Parece algo chocante de primeras pero en la búsqueda estética del arte, tal como lo entiende el protagonista, el verdadero resultado, el éxito, es llegar a la verdad, a la esencia de las cosas. Pintura y escritura son dos medios para lograrlo, y a las dos utiliza para hacer esta reflexión sobre el sentido, la finalidad y la moralidad de lo artístico. El arte al servicio del hombre para sublimar su yo más íntimo y convertirlo en algo imperecedero.

El pintor protagonista, llamado H. (¿hombre?) se acerca a los cincuenta años consciente de ser un pintor mediocre que se gana la vida haciendo retratos por encargo, retratos convencionales como un espejo algo mejorado de sus clientes, que quedan muy satisfechos. Y aunque él aborrece esas pinturas, que son símbolo de su propia incapacidad de crear, nunca ha sido capaz de cambiar.


Su vida personal tampoco es muy satisfactoria, tiene amigos de los que se siente algo distante, y su relación con Adelina es tan insulsa como los cuadros que pinta. Cuando H. decide que es hora de un cambio, o al menos de intentarlo, lo lleva a cabo por dos vías. De un lado hace un segundo retrato, paralelo al que pinta para el cliente, pero que sólo él conoce. Lo que pretende con este segundo lienzo es reflejar la verdad del hombre al que retrata. De otro lado comienza a escribir estas notas, reflexiones sobre sí mismo, sobre el mundo que le rodea y, ante todo, sobre el arte como parte fundamental de su vida.
La curiosa unión entre pintura y escritura -bien ilustrado por el autor con el discurso de Lactancio a Miguel Ángel en Los diálogos de Roma, de Francisco de Holanda- se hace realidad una vez más en esta historia, donde una novela convierte en protagonista al arte de la pintura, y donde la transformación del estilo pictórico de H. es, en parte, consecuencia de las páginas que este escribe. Se añaden, para deleite de los amantes de la pintura renacentista italiana, varios fragmentos titulados “ejercicios de autobiografía”, en los que hace un breve relato de su paso por diversas ciudades italianas, la visita a sus galerías y pinacotecas, con especial mención de los lienzos que más significan para el protagonista.

Así tenemos como tema central la reflexión sobre arte, y la búsqueda de un hombre a sí mismo a través del sentido estético. Pero la novela es además una mezcla de acontecimientos personales, pensamientos, actualidad social, relaciones humanas y, de fondo, la situación política del país, una larga dictadura que ya va tocando a su fin.
Sobre cada uno de los temas hace interesantes reflexiones: sobre la amistad (“Sé que andan por ahí, agitándose, encontrados y desencontrados unos con otros, y yo con ellos, sin mucha razón para que seamos amigos, sin mucha razón para que dejemos de serlo.”), la dictadura de Salazar (“Deseamos la muerte de Salazar. Detestamos ahora las vidas de este Tomás y este Marcelo. Soñamos con su desaparición sin saber ni preguntarnos cómo va a ser después y quién.”), sobre Italia (“Italia debía ser (perdonen la exageración, si no tengo en ella compañeros) el premio por haber venido nosotros a este mundo.”) y, cómo no, la pintura (“Un hombre avanza por espacios, por salas pobladas de rostros y figuras y desde luego, no sale siendo lo que era, o más le valiera haber pasado de largo.”), entre otras innumerables consideraciones que van de lo más transcendental a simples curiosidades (“¿Tienen los ojos expresión, o ella sólo les es dada por aquello que los rodea, las pestañas, los párpados, las cejas, las arrugas?”).
Esta es la tercera novela de Saramago, una obra en cierto modo transitoria porque aún no había encontrado el estilo que le caracterizaría, su peculiar manera de expresarse: esa prosa continuada, sin puntos y aparte, que pretende coger el testigo de la narrativa oral. Pero la esencia de su escritura, las abundantes digresiones, su modo de pararse en pequeños detalles y sacar de ellos toda una filosofía, ya está presente en libro como en los posteriores. Saramago trabaja aquí el sentido reflexivo y un punto filosófico, y despunta su capacidad de observación minuciosa y su debilidad por todo lo humano. Ese gusto del autor por cuestionarse todo, perderse en detalles, jugar con el lenguaje, la sintaxis, y la semántica, no deja de recordar a un alguien que está aprendiendo a expresarse y se entretiene abriendo paréntesis aclaratorios, llamando la atención sobre ciertos juegos de palabras. Incluso diría que este proceder tiene en esta obra más sentido que en otras, puesto que el protagonista es escritor neófito que accede por primera vez a expresarse en un papel.

Pero sobretodo esta novela es un cambio de piel, personal y socio-político, la transformación profunda y paralela del protagonista, y también de Portugal. Una transición de la dictadura a la libertad, de la apatía a la pasión, del falso arte al arte auténtico. En cierto momento del libro se habla de que, al igual que la culebra, los humanos dejamos cuando nos es necesario la piel vieja y quebradiza, que ya no nos sirve en nuestra andadura. Y esto es lo que ocurre con H., y es lo que ocurre con Portugal, cambian de piel porque en la anterior ya no podían continuar viviendo, cambian para abrirse a nuevas y mejores posibilidades. Y este renacer, la transformación del capullo en mariposa, transmite al lector un sensación positiva, de que siempre existen nuevos caminos por andar, de posibilidades que tenemos al alcance de la mano. Tal vez un día H. (el hombre) pueda encontrar en el camino a su verdadera compañera: M (la mujer).


Teniendo en cuenta que el libro se escribió en 1977, tres años después de que la Revolución de los claveles liberase al país luso del yugo dictatorial, me parece un homenaje personal del autor a este acontecimiento.
Y es que las ataduras nunca sirvieron ni a los hombres, ni a la sociedad, para ser ellos mismos y en esta pérdida de la propia identidad no existe la autosuperación.

6 comentarios:

  1. Ya escribí en otro sitio que me encantó esta reseña y lo reitero, es excelente. Hasta siento el impulso de ponerme con este libro de nuevo...

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  2. Gracias Andrómeda, un abrazo.

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  3. Gracias por esta reseña, es muy clara y completa y expresa el espíritu de esta obra...
    Admiro a Saramago y lo respeto mucho, he leído varias obras de él, inmediatamente voy a buscar este libro, estudio lic. en Artes y me encantó la temática y casualmente trabajo con varios pintores....

    Saludos!

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    1. Me alegro, Sabina, de que te guste la reseña y espero que te guste este maravilloso libro.

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  4. Es muy buena tu reseña del libro, te hago una pregunta.
    Que entendiste vos cuando H dice pintar el santo?

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  5. Uf. Lo siento Rocko13, hace siglos que leí el libro y no se a qué te refieres.

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