Título original: Тихий Дон.
Traductores: Francisco J. Alcántara y Domingo Pruna.
Plaza & Janés Editores. Colección "Los premios Nobel de literatura".
Páginas: 1672.
A lo largo de esta inmensa novela de casi mil setecientas páginas se desliza manso el Don, ese río apacible al que los cosacos aman como a algo propio, al que cantan, añoran y defienden como símbolo de su tierra, que es lo mismo que decir su vida. Un río que es uno más de las decenas de personajes que pueblan el universo recreado por Shólojov en este libro, aunque la atención se centra en la pequeña aldea de Tatarski, y en concreto en la familia Melekhov. Les apodan los turcos desde que Prokofi Melekhov volvió de la guerra contra Turquía casado con una mujer de allí. Su hijo Pantelei y toda su descendencia han heredado algo de aquella mujer: la nariz aguileña, los ojos negros y el carácter soberbio. Esta familia verá cómo el destino les separa y les vuelve a unir, les trae alegrías y desgracias en los diez años decisivos en que transcurre el relato, de 1912 a 1922. Años de guerra: la primera guerra mundial y luego la guerra civil. Con exhaustivo detalle el autor nos narra todo lo que acaece a los Melekhov y a muchos otros, desde personalidades de relevancia histórica a personajes anónimos, que son en realidad los auténticos protagonistas de este gran libro. Y es que Shólojov es el escritor del pueblo, y este es lo más importante en su narración, la gente, todos aquellos que luchan por sobrevivir. En este sentido la novela es un ejemplo de justicia y humanidad, porque prima la visión objetiva y favorable al pueblo, antes que las ideologías de cualquier signo.
Es El Don apacible la mejor novela del autor, y las posteriores (Campos roturados, Cuentos del Don, Lucharon por su patria) perdieron parte de su realismo y objetividad, quizá debido a las serias críticas resultantes de la publicación de esta obra. Pese a que Shólojov era un convencido bolchevique, se le acusó de haber escrito un libro con poca inclinación al partido. También hubo rumores de que la obra era un plagio, que el libro era de otro escritor, pero pudo demostrarse su autenticidad cuando encontraron el manuscrito. Por suerte siempre prevaleció el reconocimiento de su genio y Shólojov recibió el premio Stalin en 1941 y el Nobel en 1965. No merece menos su obra y en especial esta novela que, en cada una de sus páginas, sorprende con su fuerza narrativa, magníficas descripciones, acertados diálogos, y la ternura nada sentimental que transmite tanto por los protagonistas como por el pueblo cosaco afincado a orillas del Don, al que él mismo pertenecía. Y no se queda corto al describir la belleza del paisaje, en general el libro tiene un tono marcadamente lírico en sus descripciones de la estepa y el río, quizá sea este lirismo un contraste necesario para sobrellevar los pasajes exhaustivos y brutales sobre la guerra. Además es un gran relato de costumbres, trufado de canciones típicas de los cosacos, donde se reproduce hasta el más mínimo detalle la forma de ser y vivir, y la crudeza expresiva de este pueblo rudo y guerrero.
No menos importante es la construcción de personajes, tan humanos que nos parecen reales, tan cercanos que se vuelven entrañables: Pantelei, Ilinichna, Pedro, Grigori, Dunia, Daria, Natasha, Axinia... continúan acompañándonos aún después de acabado el libro.
La recreación histórica de los años que enmarcan la primera guerra mundial y cómo, en esos mismos años, las ideas socialistas se filtran y germinan en el pueblo, dando lugar a la revolución de octubre de 1917 y la posterior guerra civil, es casi enciclopédica, aunque el autor se cuida de novelar la narración, amenizarla para atrapar el interés del lector. Por lo demás la situación en aquellos años es analizada con precisión minimalista: Kerenski sustituye el poder de los zares en un gobierno provisional, mientras a orillas del Don se da una situación peculiar. Los cosacos, en su afán por mantener su forma de vida se organizan en un ejército voluntario con Kaledin al frente, que luchan contra los bolcheviques, aunque no quieren la restauración del régimen zarista, más bien desean su independencia tanto de unos como de otros, una mayor autonomía respecto al resto de Rusia.
Pero la situación empeora para ellos cuando en primavera de 1918, para hacer frente al acoso bolchevique, se unen el ejército voluntario y el ejército blanco, al que respaldan algunos países contra los que poco antes Rusia había estado en guerra, y cuyo interés es que no prospere una revolución que posteriormente se extienda hacia Europa. Y los cosacos no están conformes con el nuevo orden de cosas, ellos luchan por defender sus tierras, no tienen ideales revolucionarios, ni interés en salvar a la Rusia de los soviets. Poco a poco el ejército rojo va ganando posiciones y la guerra llega a su fin. Entremedias, todos los desmanes que cualquier conflicto bélico lleva consigo: cambios de bando, alternancia de poder en las aldeas por rojos y contrarrevolucionarios, imposición de contribuciones, caos, saqueos, el tifus y otras enfermedades, huídas, delaciones, masacres, caravanas de refugiados...
Cabe aclarar, para comprender la postura del pueblo cosaco, que eran estos gente libre, poseedores de tierras, que se organizaban de forma autónoma: explotaban comunalmente la tierra, tenían en cada aldea su consejo de ancianos y la autoridad representada en la figura del atamán. Despreciaban a los campesinos (mujics), a quienes consideraban inferiores. Por eso la idea de compartir sus tierras con esos mujics a los que detestaban no es algo que les gustase, como tampoco la posibilidad de que con el nuevo régimen cambiase su modo de vida, tan querido para ellos.
Aún así la semilla socialista se infiltra en las tierras del Don y durante los años de la guerra civil el enfrentamiento hace que también los cosacos se dividan y luchen unos contra otros. Y entre todos ellos seguimos de cerca a Grigori Melekhov, que busca su lugar en esta guerra, que durante años se debate entre el deseo de defender el modo de vida de los cosacos y la seducción de las nuevas ideas de igualdad social, para darse cuenta una y otra vez de que la justicia que busca no se encuentra en ninguno de los dos bandos. Grigori es un personaje fascinante que nos cautiva desde el principio de la novela, el jovenzuelo seductor que enamora a la mujer de su vecino, el hombre impetuoso de pocas palabras y grandes sentimientos. Le seguimos a lo largo de toda la novela hasta el bellísimo y acertado final. Resulta curioso saber que para construir este personaje Shólojov tuvo como ejemplo a un cosaco del Don, un hombre llamado Harlampi V. Ermakov, guerrero valeroso, de grandes méritos como soldado, que acaudilló regimientos enteros en la guerra civil y se destacó por su habilidad con el sable, su arrojo y su integridad.
Pero no hay que equivocarse, la auténtica y única gran protagonista de esta novela es la guerra. La guerra que mata, que desintegra familias, que mutila cuerpos y almas, que embrutece y denigra. La guerra como destructora de todo lo bello que existe. Y, frente a ella, Shólojov tiene el acierto de hacernos ver una fuerza aún mayor: la vida, que se abre paso en todas las circunstancias, tal como el río sigue su curso. A pesar de todo.
Traductores: Francisco J. Alcántara y Domingo Pruna.
Plaza & Janés Editores. Colección "Los premios Nobel de literatura".
Páginas: 1672.
A lo largo de esta inmensa novela de casi mil setecientas páginas se desliza manso el Don, ese río apacible al que los cosacos aman como a algo propio, al que cantan, añoran y defienden como símbolo de su tierra, que es lo mismo que decir su vida. Un río que es uno más de las decenas de personajes que pueblan el universo recreado por Shólojov en este libro, aunque la atención se centra en la pequeña aldea de Tatarski, y en concreto en la familia Melekhov. Les apodan los turcos desde que Prokofi Melekhov volvió de la guerra contra Turquía casado con una mujer de allí. Su hijo Pantelei y toda su descendencia han heredado algo de aquella mujer: la nariz aguileña, los ojos negros y el carácter soberbio. Esta familia verá cómo el destino les separa y les vuelve a unir, les trae alegrías y desgracias en los diez años decisivos en que transcurre el relato, de 1912 a 1922. Años de guerra: la primera guerra mundial y luego la guerra civil. Con exhaustivo detalle el autor nos narra todo lo que acaece a los Melekhov y a muchos otros, desde personalidades de relevancia histórica a personajes anónimos, que son en realidad los auténticos protagonistas de este gran libro. Y es que Shólojov es el escritor del pueblo, y este es lo más importante en su narración, la gente, todos aquellos que luchan por sobrevivir. En este sentido la novela es un ejemplo de justicia y humanidad, porque prima la visión objetiva y favorable al pueblo, antes que las ideologías de cualquier signo.
Es El Don apacible la mejor novela del autor, y las posteriores (Campos roturados, Cuentos del Don, Lucharon por su patria) perdieron parte de su realismo y objetividad, quizá debido a las serias críticas resultantes de la publicación de esta obra. Pese a que Shólojov era un convencido bolchevique, se le acusó de haber escrito un libro con poca inclinación al partido. También hubo rumores de que la obra era un plagio, que el libro era de otro escritor, pero pudo demostrarse su autenticidad cuando encontraron el manuscrito. Por suerte siempre prevaleció el reconocimiento de su genio y Shólojov recibió el premio Stalin en 1941 y el Nobel en 1965. No merece menos su obra y en especial esta novela que, en cada una de sus páginas, sorprende con su fuerza narrativa, magníficas descripciones, acertados diálogos, y la ternura nada sentimental que transmite tanto por los protagonistas como por el pueblo cosaco afincado a orillas del Don, al que él mismo pertenecía. Y no se queda corto al describir la belleza del paisaje, en general el libro tiene un tono marcadamente lírico en sus descripciones de la estepa y el río, quizá sea este lirismo un contraste necesario para sobrellevar los pasajes exhaustivos y brutales sobre la guerra. Además es un gran relato de costumbres, trufado de canciones típicas de los cosacos, donde se reproduce hasta el más mínimo detalle la forma de ser y vivir, y la crudeza expresiva de este pueblo rudo y guerrero.
No menos importante es la construcción de personajes, tan humanos que nos parecen reales, tan cercanos que se vuelven entrañables: Pantelei, Ilinichna, Pedro, Grigori, Dunia, Daria, Natasha, Axinia... continúan acompañándonos aún después de acabado el libro.
La recreación histórica de los años que enmarcan la primera guerra mundial y cómo, en esos mismos años, las ideas socialistas se filtran y germinan en el pueblo, dando lugar a la revolución de octubre de 1917 y la posterior guerra civil, es casi enciclopédica, aunque el autor se cuida de novelar la narración, amenizarla para atrapar el interés del lector. Por lo demás la situación en aquellos años es analizada con precisión minimalista: Kerenski sustituye el poder de los zares en un gobierno provisional, mientras a orillas del Don se da una situación peculiar. Los cosacos, en su afán por mantener su forma de vida se organizan en un ejército voluntario con Kaledin al frente, que luchan contra los bolcheviques, aunque no quieren la restauración del régimen zarista, más bien desean su independencia tanto de unos como de otros, una mayor autonomía respecto al resto de Rusia.
Pero la situación empeora para ellos cuando en primavera de 1918, para hacer frente al acoso bolchevique, se unen el ejército voluntario y el ejército blanco, al que respaldan algunos países contra los que poco antes Rusia había estado en guerra, y cuyo interés es que no prospere una revolución que posteriormente se extienda hacia Europa. Y los cosacos no están conformes con el nuevo orden de cosas, ellos luchan por defender sus tierras, no tienen ideales revolucionarios, ni interés en salvar a la Rusia de los soviets. Poco a poco el ejército rojo va ganando posiciones y la guerra llega a su fin. Entremedias, todos los desmanes que cualquier conflicto bélico lleva consigo: cambios de bando, alternancia de poder en las aldeas por rojos y contrarrevolucionarios, imposición de contribuciones, caos, saqueos, el tifus y otras enfermedades, huídas, delaciones, masacres, caravanas de refugiados...
Cabe aclarar, para comprender la postura del pueblo cosaco, que eran estos gente libre, poseedores de tierras, que se organizaban de forma autónoma: explotaban comunalmente la tierra, tenían en cada aldea su consejo de ancianos y la autoridad representada en la figura del atamán. Despreciaban a los campesinos (mujics), a quienes consideraban inferiores. Por eso la idea de compartir sus tierras con esos mujics a los que detestaban no es algo que les gustase, como tampoco la posibilidad de que con el nuevo régimen cambiase su modo de vida, tan querido para ellos.
Aún así la semilla socialista se infiltra en las tierras del Don y durante los años de la guerra civil el enfrentamiento hace que también los cosacos se dividan y luchen unos contra otros. Y entre todos ellos seguimos de cerca a Grigori Melekhov, que busca su lugar en esta guerra, que durante años se debate entre el deseo de defender el modo de vida de los cosacos y la seducción de las nuevas ideas de igualdad social, para darse cuenta una y otra vez de que la justicia que busca no se encuentra en ninguno de los dos bandos. Grigori es un personaje fascinante que nos cautiva desde el principio de la novela, el jovenzuelo seductor que enamora a la mujer de su vecino, el hombre impetuoso de pocas palabras y grandes sentimientos. Le seguimos a lo largo de toda la novela hasta el bellísimo y acertado final. Resulta curioso saber que para construir este personaje Shólojov tuvo como ejemplo a un cosaco del Don, un hombre llamado Harlampi V. Ermakov, guerrero valeroso, de grandes méritos como soldado, que acaudilló regimientos enteros en la guerra civil y se destacó por su habilidad con el sable, su arrojo y su integridad.
Pero no hay que equivocarse, la auténtica y única gran protagonista de esta novela es la guerra. La guerra que mata, que desintegra familias, que mutila cuerpos y almas, que embrutece y denigra. La guerra como destructora de todo lo bello que existe. Y, frente a ella, Shólojov tiene el acierto de hacernos ver una fuerza aún mayor: la vida, que se abre paso en todas las circunstancias, tal como el río sigue su curso. A pesar de todo.
Río Don
"La vida dicta a los hombres leyes que no están escritas. "
"Los días y las noches sucedíanse, las semanas corrían, los meses se arrastraban; el viento silbaba, la montaña rugía anunciando el mal tiempo; el Don, al que el aire otoñal ponía de un azul-verde transparente, rodaba con indiferencia hacia el mar."
Wowwww, Lola, por lo visto esta novela es apasionante, no debes haber sentido siquiera el peso de tantas páginas. :D
ResponderEliminar¡Que va! Hubiera leído el doble, y hasta el triple de páginas. Por suerte hay más libros de Sholojov... ;)
ResponderEliminarLa prosa de Mijaíl Sholojov es única,notable lo interna al lector dentro de su libro,uno esta ahí viendo con nuestros propios ojos lo que esta sucediendo.fantástico,monumental.
ResponderEliminarPrincipe: Jorge Decebal-Cuza Hewstone.
Estoy de acuerdo con todos los adjetivos que has puesto.
ResponderEliminarUn saludo.