lunes, 8 de febrero de 2010

Pasaje de La inmortalidad, de Milan Kundera

Muchas veces he releído el comienzo de este libro. Lo he releído por gusto, por el placer de reconocer un buen principio, por su exactitud al poner en el comienzo de la novela una imagen que se va a ver repetida una y otra vez a lo largo de todas sus páginas, por su simbolismo.
Y también por la belleza de un gesto, de una imagen que se queda en la memoria. Se quedó en la memoria de Paul, y se ha quedado también en la mía. Creo que para siempre.

Dice así:
"Aquella señora podía tener sesenta, sesenta y cinco años. Yo la miraba mientras estaba acostado en una camilla frente a la piscina de un club de gimnasia situado en la última planta de un edificio moderno, desde donde se ve, a través de unas grandes ventanas, todo París. Estaba esperando al profesor Avenarius, con el que a veces me reúno aquí pará charlar. Pero el profesor Avenarius no llegaba y yo miraba a una señora; estaba sola en la piscina, metida en el agua hasta la cintura, mirando hacia arriba a.un joven instructor vestido con un chandal, que le enseñaba a nadar. Le daba órdenes: tenía que sujetarse con las manos al borde de la piscina y aspirar y espirar profundamente. Lo hacía con seriedad, con empeño, y era como si desde las profundidades del agua se oyera el sonido de una vieja locomotora de vapor (aquel sonido idílico, hoy ya olvidado, que para quienes no lo conocieron sólo puede ser descrito como la respiración de una vieja señora que, junto al borde de una piscina, aspira y espira sonoramente). Yo la miraba fascinado. Me quedé absorto en su enternecedora comicidad (el instructor también era consciente de ella, porque le temblaba a cada momento la comisura de los labios), pero después me saludó un conocido, quien distrajo mi atención. Cuando quise volver a mirarla, al cabo de un rato, la lección ya había terminado. Se iba, en bañador, dando la vuelta a la piscina. Pasó junto al instructor y cuando estaba a unos tres o cuatro pasos de distancia volvió hacia él la cabeza, sonrió, e hizo con el brazo un gesto de despedida. En ese momento se me encogió el corazón! Aquella sonrisa y aquel gesto pertenecían a una mujer de veinte años! Su brazo se elevó en el aire con encantadora ligereza. Era como si lanzara al aire un balón de colores para jugar con su amante. Aquella sonrisa y aquel gesto tenían encanto y elegancia, mientras que el rostro y el cuerpo ya no tenían encanto alguno. Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad. En cualquier caso, cuando se volvió, sonrió y le hizo un gesto de despedida al joven instructor (que no pudo contenerse y se echó a reír), no sabía su edad. Una especie de esencia de su encanto, independiente del tiempo, quedó durante un segundo al descubierto con aquel gesto y me deslumbró. Estaba extrañamente impresionado. Y me vino a la cabeza la palabra Agnes. Agnes. Nunca he conocido a una mujer que se llamara así."


¡Qué bonito! ¿no?: Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo....



3 comentarios:

  1. Y genial...
    Me ha recordado el concepto del tiempo de Bergson, desde la perspectiva totalmente personal.

    Definitivamente tengo que leer esta novela.

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  2. "Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo"
    ¡Cuánta sabiduría! Es un inicio maravilloso, Madoguna, yo también tengo que leer esta novela.
    Gracias por compartirlo. :)

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  3. ¡Seguro que os gusta! Creo que La inmortalidad es de las obras más logradas y completas de Kundera. Pura filosofía de lo cotidiano, como puede verse en este fragmento.
    Seguro lo disfrutaréis. Un besazo a las dos.

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