Título original: The day of the locust
Traducción de Encarna Castejón
Editorial: Planeta/Backlist
220 páginas
De la fábrica de sueños que Hollywood siempre fue ha quedado un rastro de ilusiones rotas ya desde sus principios, a comienzos de siglo pasado. Y es que no todo fueron las inmensas riquezas que se crearon, el glamour y el rutilar de las grandes estrellas por los pasillos de los estrenos. La industria del cine en Hollywood esconde una parte menos conocida, y menos amable en muchos casos, que algunos autores han sabido tratar en sus libros con gran pericia. Es el caso de Budd Schulberg, que narra en su estupenda novela El desencantado las dificultades de un escritor en decadencia que tiene que ganarse la vida redactando guiones, y de Francis Scott Fitzgerald, que en su inacabado El último magnate nos cuenta la historia de uno de sus famosos y casi omnipotentes productores y todas las grandezas y miserias que le rodean.
Muchos escritores de aquellos años, incluido el autor de El día de la langosta, trabajaron como guionistas en Hollywood, no es de extrañar que se hayan escrito algunas buenas obras sobre este mundo fascinante de los pioneros del Cine.
Y es que en una época de crisis económica, la desilusión y la sensación de fracaso de la gente era grande y aún se acentuó por tener tan recientes los espléndidos años veinte. En parte por esta desilusión muchos narradores norteamericanos encaminaron sus escritos hacia la denuncia de una sociedad que no les gustaba. Escritores como John Steinbeck, John O´hara, Erskine Caldwell y el mismo Nathanael West denunciaron las mentiras del llamado sueño americano.
¿Y qué mayor y más bonito sueño que el Cine?
Hollywood era en los años treinta un negocio floreciente en contraste con otros sectores de la economía norteamericana. Era un lugar de buen clima y repleto de decorados de fantasía, un escenario engañoso de felicidad donde muchos fueron en busca de su oportunidad.
Así ocurre con los personajes de esta obra. Tod Hackett es el protagonista y el hilo conductor de la novela, a través de él conocemos a todos los demás. Trabaja como diseñador de decorados y está obsesionado con demostrar al mundo su talento como pintor con su lienzo El incendio de Los Ángeles. Se enamora de Faye Greener, una aspirante a estrella que vive con su padre, que trabajó como payaso aunque ahora se gana la vida vendiendo limpiador de metales a domicilio.
También Homer Simpson (que nada tiene que ver con el personaje homónimo de Matt Groening) ha ido a Los Ángeles, por motivos de salud, y se enamora a su vez de Faye que, sin embargo, parece sentirse atraída por Earle Shoop, un secundario de películas del oeste, y después por su amigo Miguel, el mexicano criador de gallos de pelea.
Hay más personajes, arquetipos de los que pudieron existir en aquella época y lugar, pero dotados con la peculiaridad de la vida que les sabe insuflar el autor: El mafioso Abe Kusich; el guionista de éxito Claude Estee; Maybelle Loonis, una madre dispuesta a sacrificarlo todo para que su hijo de ocho años se convierta en una estrella; la Señora Jennings, antigua actriz de cine mudo que ha montado un negocio de citas por teléfono; y la familia Gingo, esquimales de Alaska a quienes trajeron para rodar unas tomas sobre una expedición al Polo y, una vez terminadas, decidieron no volver a su tierra.
Se podría creer que el autor los conoce a todos por lo bien que los define y por lo impecable de su trazado psicológico, y quizás fue así ya que durante una temporada estuvo viviendo en un hotel en Hollywood, cuando trabajó como guionista, lo cual hace posible que El día de la langosta tenga un componente autobiográfico.
Estamos ante un relato lineal, de lectura sencilla e interés progresivo. Con un estilo preciso y bastante directo West escribe una novela que hace hincapié en lo grotesco y lo violento de algunas situaciones. Es el caso de la pelea de gallos, de una intensa crueldad; de una violación imaginada; de las manos de Homer, enormes, temblonas e hinchadas, siempre en movimiento porque no encuentran su lugar en ningún lado; del modo humillante que Faye trata a Homer y del comportamiento del enano mafioso Kusich.
Sunset Boulevard, Western Avenue, Ivar Street... por las calles de la Meca del Cine pasean todas las personas que, según Tod, van a morir a California, los mismos que él quiere reflejar en su cuadro El incendio de Los Ángeles, que consiste en la imagen apocalíptica de una muchedumbre incendiaria y devastadora, una masa de gente embrutecida por la imposibilidad de conseguir sus sueños, visión premonitoria del sorprendente desenlace de la novela y que a su vez justifica el título de reminiscencias bíblicas: una multitud deshumanizada y destructora como una plaga de langosta.
Y este es, precisamente, el mayor acierto y originalidad de este libro, ofrecernos un Hollywood visto a través de uno de los personajes, no sólo de manera realista sino también de modo metafórico y bastante surrealista. Da su visión de una sociedad diversa e insatisfecha que busca refugio en los credos más extravagantes: La Iglesia física de Cristo, la Iglesia invisible, el Tabernáculo del tercer adviento, la Cruzada contra la sal... una sociedad donde hay gente que ha venido de diversos puntos de los Estados Unidos después de una vida de trabajo y ahorro se encuentran con que el paraíso de sol y diversión que imaginaron no es lo que esperaban, un lugar donde muchos persiguen el triunfo, la fama, la estela de un sueño que vuela más allá de lo que pueden alcanzar.
Y todo eso lo plasma Tod en su cuadro. Es interesante ver, a lo largo del libro, cómo ese óleo va tomando forma. Lo vemos tras sus primeras pinceladas, después reconocemos a algunos de sus personajes: Homer, Faye, Harry. Lo encontramos finalmente acabado, expresando todo lo que Tod, o el autor (¿acaso no es lo mismo?) alguna vez quisieron expresar.
Como un nuevo Jeremías el protagonista anuncia una catástrofe que encuentra su paralelo en la debacle particular que suponen las ilusiones perdidas para cada uno.
He aquí un detalle del lienzo:
“En El incendio de Los Ángeles, Faye es la muchacha desnuda en primer término, a la izquierda, a quien persigue el grupo de hombres y mujeres que se han separado del núcleo principal de la multitud. Una de las mujeres está a punto de tirarle una piedra para derribarla. Ella corre con los ojos cerrados y una extraña media sonrisa en los labios.
A pesar de la soñadora serenidad de su rostro, su cuerpo se esfuerza por hacerla correr a la mayor velocidad posible. La única explicación de este contraste es que la muchacha disfruta la libertad del vuelo salvaje de manera muy parecida a un ave de caza cuando, después de ocultarse durante tensos minutos, sale bruscamente de su refugio con un pánico total e irreflexivo”.
Backlist ha recuperado para nosotros esta novela fundamental, y cualquier cinéfilo enamorado de los libros sabrá valorar en ella el punto de genialidad que al autor no se le reconoció en vida. Por suerte nosotros sí tenemos la posibilidad de valorarlo como merece.
“Hay pocas cosas más tristes que lo realmente monstruoso”.
Traducción de Encarna Castejón
Editorial: Planeta/Backlist
220 páginas
De la fábrica de sueños que Hollywood siempre fue ha quedado un rastro de ilusiones rotas ya desde sus principios, a comienzos de siglo pasado. Y es que no todo fueron las inmensas riquezas que se crearon, el glamour y el rutilar de las grandes estrellas por los pasillos de los estrenos. La industria del cine en Hollywood esconde una parte menos conocida, y menos amable en muchos casos, que algunos autores han sabido tratar en sus libros con gran pericia. Es el caso de Budd Schulberg, que narra en su estupenda novela El desencantado las dificultades de un escritor en decadencia que tiene que ganarse la vida redactando guiones, y de Francis Scott Fitzgerald, que en su inacabado El último magnate nos cuenta la historia de uno de sus famosos y casi omnipotentes productores y todas las grandezas y miserias que le rodean.
Muchos escritores de aquellos años, incluido el autor de El día de la langosta, trabajaron como guionistas en Hollywood, no es de extrañar que se hayan escrito algunas buenas obras sobre este mundo fascinante de los pioneros del Cine.
Y es que en una época de crisis económica, la desilusión y la sensación de fracaso de la gente era grande y aún se acentuó por tener tan recientes los espléndidos años veinte. En parte por esta desilusión muchos narradores norteamericanos encaminaron sus escritos hacia la denuncia de una sociedad que no les gustaba. Escritores como John Steinbeck, John O´hara, Erskine Caldwell y el mismo Nathanael West denunciaron las mentiras del llamado sueño americano.
¿Y qué mayor y más bonito sueño que el Cine?
Hollywood era en los años treinta un negocio floreciente en contraste con otros sectores de la economía norteamericana. Era un lugar de buen clima y repleto de decorados de fantasía, un escenario engañoso de felicidad donde muchos fueron en busca de su oportunidad.
Así ocurre con los personajes de esta obra. Tod Hackett es el protagonista y el hilo conductor de la novela, a través de él conocemos a todos los demás. Trabaja como diseñador de decorados y está obsesionado con demostrar al mundo su talento como pintor con su lienzo El incendio de Los Ángeles. Se enamora de Faye Greener, una aspirante a estrella que vive con su padre, que trabajó como payaso aunque ahora se gana la vida vendiendo limpiador de metales a domicilio.
También Homer Simpson (que nada tiene que ver con el personaje homónimo de Matt Groening) ha ido a Los Ángeles, por motivos de salud, y se enamora a su vez de Faye que, sin embargo, parece sentirse atraída por Earle Shoop, un secundario de películas del oeste, y después por su amigo Miguel, el mexicano criador de gallos de pelea.
Hay más personajes, arquetipos de los que pudieron existir en aquella época y lugar, pero dotados con la peculiaridad de la vida que les sabe insuflar el autor: El mafioso Abe Kusich; el guionista de éxito Claude Estee; Maybelle Loonis, una madre dispuesta a sacrificarlo todo para que su hijo de ocho años se convierta en una estrella; la Señora Jennings, antigua actriz de cine mudo que ha montado un negocio de citas por teléfono; y la familia Gingo, esquimales de Alaska a quienes trajeron para rodar unas tomas sobre una expedición al Polo y, una vez terminadas, decidieron no volver a su tierra.
Se podría creer que el autor los conoce a todos por lo bien que los define y por lo impecable de su trazado psicológico, y quizás fue así ya que durante una temporada estuvo viviendo en un hotel en Hollywood, cuando trabajó como guionista, lo cual hace posible que El día de la langosta tenga un componente autobiográfico.
Estamos ante un relato lineal, de lectura sencilla e interés progresivo. Con un estilo preciso y bastante directo West escribe una novela que hace hincapié en lo grotesco y lo violento de algunas situaciones. Es el caso de la pelea de gallos, de una intensa crueldad; de una violación imaginada; de las manos de Homer, enormes, temblonas e hinchadas, siempre en movimiento porque no encuentran su lugar en ningún lado; del modo humillante que Faye trata a Homer y del comportamiento del enano mafioso Kusich.
Sunset Boulevard, Western Avenue, Ivar Street... por las calles de la Meca del Cine pasean todas las personas que, según Tod, van a morir a California, los mismos que él quiere reflejar en su cuadro El incendio de Los Ángeles, que consiste en la imagen apocalíptica de una muchedumbre incendiaria y devastadora, una masa de gente embrutecida por la imposibilidad de conseguir sus sueños, visión premonitoria del sorprendente desenlace de la novela y que a su vez justifica el título de reminiscencias bíblicas: una multitud deshumanizada y destructora como una plaga de langosta.
Y este es, precisamente, el mayor acierto y originalidad de este libro, ofrecernos un Hollywood visto a través de uno de los personajes, no sólo de manera realista sino también de modo metafórico y bastante surrealista. Da su visión de una sociedad diversa e insatisfecha que busca refugio en los credos más extravagantes: La Iglesia física de Cristo, la Iglesia invisible, el Tabernáculo del tercer adviento, la Cruzada contra la sal... una sociedad donde hay gente que ha venido de diversos puntos de los Estados Unidos después de una vida de trabajo y ahorro se encuentran con que el paraíso de sol y diversión que imaginaron no es lo que esperaban, un lugar donde muchos persiguen el triunfo, la fama, la estela de un sueño que vuela más allá de lo que pueden alcanzar.
Y todo eso lo plasma Tod en su cuadro. Es interesante ver, a lo largo del libro, cómo ese óleo va tomando forma. Lo vemos tras sus primeras pinceladas, después reconocemos a algunos de sus personajes: Homer, Faye, Harry. Lo encontramos finalmente acabado, expresando todo lo que Tod, o el autor (¿acaso no es lo mismo?) alguna vez quisieron expresar.
Como un nuevo Jeremías el protagonista anuncia una catástrofe que encuentra su paralelo en la debacle particular que suponen las ilusiones perdidas para cada uno.
He aquí un detalle del lienzo:
“En El incendio de Los Ángeles, Faye es la muchacha desnuda en primer término, a la izquierda, a quien persigue el grupo de hombres y mujeres que se han separado del núcleo principal de la multitud. Una de las mujeres está a punto de tirarle una piedra para derribarla. Ella corre con los ojos cerrados y una extraña media sonrisa en los labios.
A pesar de la soñadora serenidad de su rostro, su cuerpo se esfuerza por hacerla correr a la mayor velocidad posible. La única explicación de este contraste es que la muchacha disfruta la libertad del vuelo salvaje de manera muy parecida a un ave de caza cuando, después de ocultarse durante tensos minutos, sale bruscamente de su refugio con un pánico total e irreflexivo”.
Backlist ha recuperado para nosotros esta novela fundamental, y cualquier cinéfilo enamorado de los libros sabrá valorar en ella el punto de genialidad que al autor no se le reconoció en vida. Por suerte nosotros sí tenemos la posibilidad de valorarlo como merece.
“Hay pocas cosas más tristes que lo realmente monstruoso”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si quieres comentar algo, escribe tu mensaje aquí: