domingo, 7 de agosto de 2011

Los Dukay, de Lajos Zilahy

Traducción: De El siglo feliz Leoncio Sureda, de Los Dukay, M. Alcalá, y de El ángel enfurecido Manuel Bosh Barrett
Editorial: Planeta. Edición de 1962
1.710 páginas

La novela de Los Dukay, que el autor escribió en forma de trilogía coge el testigo de un tema muy caro a los escritores del siglo XIX: las sagas familiares, aunque aporta su forma más contemporánea de escribir utilizando diversos estilos y transgrediendo la linealidad del relato. Y es que emplea diferentes registros en cada una de sus partes: un estilo más lineal y de menor profundidad psicológica para la primera, un toque intimista e incluso romántico en Kristina y el rey, y bastante de novela de espionaje en El ángel enfurecido.
Los tres libros reúnen más de 1.700 páginas que se desarrollan entre los años 1814 y 1953, y el tema central es el ocaso de una familia aristócrata húngara, con una tradición de siglos, como excusa para dar un repaso de la historia europea durante los años en los que transcurre la novela y el modo en que esta afectó a los que la vivieron, tanto las clases altas como personas más humildes. Aunque los hechos se centran más bien en la élite, personas de cierta influencia social y política que tienen acceso a conocer a importantes personajes de la época. Así es como reyes, políticos y artistas desfilan por las páginas del libro, algunos sólo son mencionados, otros se convierten en personajes secundarios.
Resulta curioso cómo Zilahy emplea este recurso de fundir en el relato ficticio situaciones reales, así como incluye a personalidades del momento, desde la reina Victoria a Karl Marx, pasando por Laszlo Passuth, Alejandro Dumas, Abraham Lincoln y un largo etc. Todos hacen su aparición en el libro y da la sensación de que para el autor era un juego explorar los límites entre realidad y ficción pues aunque los protagonistas van de la mano con acontecimientos y personajes históricos, y se interrelacionan con ellos, en ningún momento se produce una actuación de los personajes ficticios que sea decisiva para el correr de la historia, aunque varias veces se intenta, como cuando en El ángel enfurecido se organiza el complot para matar a Hitler, que luego se ve truncado por una casualidad. O el truco de relatar algo históricamente decisivo que luego resulta ser un sueño, pero siempre al límite de la ficción en un curioso juego que regocija y sorprende al lector.

Toda la obra se salpica de un moderado pero recurrente sentido del humor, y también de  expresiones en francés, inglés, alemán y español. No sé si trataba de dar un aire cosmopolita a la novela o reflejar la forma de hablar de aquellas personas y en aquellos lugares pero lo cierto es que resulta un recurso que proporciona por un lado realismo y por otro la sensación de estar en el ojo del huracán europeo.
Hay mucho de Zilahy en esta novela, de las preocupaciones que llenaron su vida y de su ideario: La importancia de la educación para producir hombres preparados, la patria, el deseo de paz, la autogestión de Hungría. Un detalle significativo de esta expresión en papel de su manera de pensar es que insiste en alabar la “orientalidad” de los húngaros, no deja de incidir, en cuanto tiene ocasión en los rasgos orientales de tal o cual personaje, en su humor oriental, siempre reivindicando esa parte de Hungría que no es europea, que él ve como más salvaje e irracional pero de la que está orgulloso y siente como prueba de su distinta idiosincrasia.

La estructura de la trilogía es esta:
El siglo feliz (también llamado El siglo escarlata), transcurre de 1814 a 1914.
Los Dukay, que transcurre de 1914 a 1939 y que a su vez se compone de tres partes: Los Dukay, Kristina y el rey y El crepúsculo de cobre.
El ángel enfurecido, que transcurre en los años 1939 a 1953.

EL SIGLO FELIZ
Esta primera parte comienza con la entrada del zar Alejandro I en París como libertador de Europa al fin de las guerras napoleónicas de las que algunos personajes creen que es la tercera guerra mundial, sin sospechar siquiera lo que iba a acontecer un siglo más tarde.
En octubre de 1814, coincidiendo con la celebración del congreso de Viena, nacen los mellizos Antal y Adalbert Dukay, hijos de los condes Laszlo y Jadwiga, pertenecientes a una de las familias más antiguas de la nobleza magiar. En el bautizo el príncipe y político Klemens Von Metternich pronuncia un discurso cuya esencia da título al libro, pues habla del siglo que comienza como un siglo feliz para el que vaticina grandes avances, un siglo próspero y repleto de buenas nuevas.
Este siglo será... glücklich, das glücklichstes Jahrhundert... el siglo más felíz, el más alegre... será un siglo de gala, un siglo de escarlata, no sólo en el vestido y el uniforme, sino también en el pensamiento y el esfuerzo humanos.
Así, los dos pequeños mellizos comienzan su andadura, de la mano del nuevo siglo para vivir con él tantas transformaciones y para simbolizar ellos mismos distintas posturas ante la vida y ante la situación de Hungría. Así tenemos a Antal (Glücki), que nació primero y por tanto tiene la mayor parte de derechos sobre la herencia, apegado a la tradición y fiel al emperador Francisco José, a los Habsburgo y a Metternich. Y luego Adalbert (Dali) que representa una postura mucho más revolucionaria, más identificada con el pueblo polaco y húngaro, y su deseo de autonomía con respecto a Viena.
Así, mientras el hermano mayor hace la vida que se había dispuesto para él, Dali se convierte en húsar, agregado militar de la embajada austro-húngara y, como tal, viaja por varios países, vive en carne propia las revoluciones de 1830 y 1848, una vida de aventuras en inconformismo en la que este fascinante personaje nos hace conocer de primera mano episodios históricos trascendentales.

LOS DUKAY
En la primera parte: El castillo de Ararat, la más breve de las tres, se nos presenta a la familia Dukay que va a protagonizar las siguientes páginas: Itsván (Dupi) nieto del Antal al que en la primera parte conocimos como Glücki, la princesa Klementina Schäyenheim-Elkburg (Menti) y sus cinco hijos: El mayor Imre (Rere), que sufre retraso mental, Kristina, György (Ostie), János (Johy), y Terézia (Zia). Además de las casi cien personas que tienen a su servicio en el castillo, donde viven a menudo, entre cocineros, cocheros, preceptores, institutrices, etc. Su forma de vida y sus posesiones centenarias, heredadas de sus ancestros son algo digno de mención.
La propiedad de Ararat comprendía cincuenta y dos mil acres de tierra laborable; además, por parte de su madre, Stephan Dukay había heredado una propiedad, en Gere de dieciocho mil acres y cuarenta mil acres de bosque en el condado de Csik de su tío Miháil; entre los demás bienes de Dukay figuraba el palacio de Septembir Utca en Buda, nueve casas de pisos en Pest, el palacio Dukay de Böserdorferstrasse de Viena y otra casa de tres pisos, más modesta, en la Rue du Général Ferreyolles de París; había que contar, además, dos molinos a vapor en Transilvania, las minas de cobre de Hovad y las ocho mil quinientas sesenta y dos cabezas de ganado, tres mil ciento cuarenta caballos, incluyendo las famosas remontas de Ararat, más de veinte mil corderos, cinco mil seiscientos doce cerdos, incluyendo los lechones y veinticinco mil volátiles, aproximadamente.
El protocolo y la rigidez, el matrimonio como contrato, los hijos como seres a los que cuidan otros, las apariencias y la vida social, destinada a perpetuar el apellido, a casar a sus hijos con aristócratas como ellos son normas de vida para familias como los Dukay. Y esta introducción nos sirve perfectamente para ambientarnos en el lugar donde van a transcurrir los importantes acontecimientos que vienen a continuación, o al menos algunos de ellos.

Kristina y el rey, la segunda parte, está escrita casi toda en forma de diario, el diario de Kristina, la mayor de las hijas de Dupi y Menti. Una mujer aventurera, fantasiosa, con ínfulas de escritora, que se enamora del archiduque Carlos en una reunión social. Sus vidas, la de Kristina y la del futuro rey Carlos IV se hayan unidas en los revueltos tiempos de la primera guerra mundial, las alianzas, contra alianzas, conspiraciones y al fin la deposición del rey, que se exilia a Madeira, a donde le sigue nuestra heroína y vive cerca de él y su familia hasta el momento de su muerte.
En realidad esta parte es un seguimiento del corto reinado de Carlos IV y la descripción de la convulsa época en la que fue depuesto como símbolo de que el caduco sistema feudal estaba lo suficiente resquebrajado como para que existiera el empuje de empezar un nuevo orden.
El diario de la mayor de los Dukay es parte real y parte ficticio pero pleno de interés, poesía y simbolismo. Resulta divertido descubrir a esta mujer, sus fantasías, su anhelo de convertirse en reina, que le lleva a viajar por todo el mundo y a tratar con todo tipo de gente en la búsqueda de su oportunidad y de satisfacer una parte de ella que anhela nuevos acontecimientos y que no podría ser feliz sin esta vida viajera y en cierto modo bohemia.

La tercera parte, El crepúsculo de cobre, cuyo título alude a un temor que Berili (Madame Couteaux), la institutriz de Zia, inculcó a la niña sin quererlo al contarle sus viejas historias de la revolución francesa, transmitidas de padres a hijos hasta llegar a ella. La niña, que es intuitiva e inteligente, se ve reflejada en esa clase aristocrática a la que el pueblo sacó de sus palacios y es esto una pesadilla que le asola durante toda su infancia.
Zia, la menor de todos los hijos, toma el protagonismo de aquí hasta el final de la trilogía, la conocemos desde pequeña, la acompañamos cuando nace en ella su vocación como fotógrafa en París y cuando se enamora. Su evolución como mujer y su decisivo viaje a Mandria, ese pueblecito italiano que conoció en un folleto rescatado en una papelera cuando era pequeña. Y a la vez va relatando los cambios de la sociedad europea en el periodo de entreguerras: los tratados de paz, el ascenso de Hitler... La organización feudal y la antigua aristocracia tiene cada vez menos sentido en esta sociedad que nace, las diferencias se diluyen y cada vez se ven más uniones entre aristócratas y diplomáticos, o gente de otra extracción social, cuando antes se requerían generaciones de pertenencia a la aristocrática para ser elegido en matrimonio. Con los hijos del conde Dupi y la condesa Menti empieza a no cumplirse esa premisa: Giörgy se casa con una rica heredera norteamericana que, evidentemente, no tiene generaciones de aristocracia a sus espaldas y Zia obedece a los impulsos de su corazón.
El triste final del libro no augura nada bueno, la familia Dukay está dispersa, Europa es un caldo de cultivo para los totalitarismos y Alemania se prepara para la guerra a pesar de los reiterados tratados y promesas de paz. Estamos a las puertas de la segunda guerra mundial.

EL ÁNGEL ENFURECIDO
Ya no hay marcha atrás para los cambios, tanto a nivel familiar como histórico (hegemonía del nazismo, guerras mundiales, invasión de Rusia).
Entramos a fondo a conocer a Miháil Ursi, uno de los personajes más interesantes de la historia, en cuanto a su relación con Zia y lo que aporta a la familia Dukay, como a su compromiso con la libertad de Hungría que le lleva a anteponer la defensa de su patria y sus ideas a su propia vida y el bienestar de su familia. Ursi, también llamado Ursa major, en el grupo revolucionario al que pertenece, nos fascinó en la segunda parte de la trilogía y ahora Zilahy se remonta a su niñez para dárnoslo a conocer más a fondo: su humilde origen, su gusto por la astronomía, su interés por la política, formando parte en su juventud del grupo stargazers de tendencia anti germánica y procomunista que se enfrentaban a grupos de jóvenes fascistas que andaban por las calles atemorizando a los ciudadanos. Así llegamos al punto en que conoce a Zia y de ahí comenzamos el relato de sus agitadas vidas en la segunda guerra mundial y hasta 1953.
El título de esta última parte se debe a los versos del famoso poeta Ady referidos al conflicto:

Extraña, extraña fue aquella noche de verano.
Un ángel enfurecido batía su tambor en el cielo...
Una época especialmente dramática y violenta: la invasión alemana y la posterior liberación por parte de los rusos que no es más que otra invasión encubierta. Hungría se halla en un territorio donde es imposible mantenerse al margen, y esta vez, como tantas otras veces a lo largo de la historia, paga cara su situación geográfica pues se ve abocada a una guerra que ni quiere y para la que no está preparada, a remolque siempre de lo que otros países decidan. Hungría no tiene fuerza suficiente para la autonomía, no está preparada para ella y no le queda más que participar en los acontecimientos.
Mientras, en el castillo de Ararat, convertido provisionalmente en hospital, y en torno a Mijail Ursi, un elenco de personajes de muy diferente procedencia forman un grupo de resistencia frente a las fuerzas invasoras: Kazimir Kilinski, Slobo, Scipio di Carucio, Marja Drda, Ernst Tronfield, cada uno con una historia personal dramática e interesante pero todos conspirando contra las invasiones y exponiendo su vida por liberar a su país.
Es esta última parte más vibrante que las demás, tiene su lógica porque Zilahy sólo tuvo que tirar de recuerdos para escribirla y puesto que le afectaban de manera tan personal supo imbuir más emoción a su historia, que resulta ágil y conmovedora, además de, como el resto del libro, un repaso privilegiado a la historia en esos años de cambios que conformaron Europa tal como es hoy día.
No me queda más que despedirme, con pena, de esta familia deshecha y emigrada, con sentimientos encontrados por lo que respecta al drama personal de los Dukay, que se contrapone a un cambio necesario en la historia, el camino hacia la igualdad en el que la aristocracia no tenía ya cabida. Tal como se dice en un momento del libro, el castillo de Ararat es como una señora que se va quitando sus joyas, preciosa metáfora que ilustra los cambios ocurridos. Y así tenía que ser.


Papá no teme a la muerte; es demasiado valiente, demasiado cínico, demasiado católico para eso. Teme la desaparición de un género de vida que tal vez no pueda llamarse el fin de la aristocracia. Y en esta destrucción ve aparejada la pérdida de sus hijos, a los que no considera suficientemente fuertes y capacitados para enfrentarse con el nuevo estado de cosas. Tales eran los sentimientos de papá, débil pero claramente manifestados, mientras se tiraba de las guías de su bigote. El estanque estaba vacío. El parque estaba vacío. Y también estaba vacío el firmamento que nos cubría. Faltaba un rey.
Portadas de la Colección Reno



10 comentarios:

  1. Hola Lola, me parece una buena historia y como tú dices la saga de familias, tan bien manejada por Zol, se observa en ésta.

    Sabes que me llama la atención que en tu lista de títulos existan varios del siglo XIX (yo soy un aficionado de ese siglo, respecto a las novelas).

    Saludos!!!

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  2. Hola César. Sí, leo bastantes novelas de autores decimonónicos, entre ellos Zola ;). Me puedo considerar también aficionada.
    Un saludo,

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  3. Me ha encantado el artículo, Lola. Excelente. :)
    Este es uno de esos libros difíciles de olvidar, me has traído recuerdos de cuando leímos la trilogía completa juntas, qué buenísima lectura.
    ¡Gracias! :))
    Un beso.

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  4. Gracias a tí, guapa. Sí que es una lectura inolvidable, y leída en compañía, aún más... ; )

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  5. Leí esta reseña hace algunas semanas pero al escribir un comentario e intentar publicarlo, mi conexión murió. :(
    Algún día tengo que leer esta maravillosa saga que encierra temas que tanto me gustan.
    Beso.

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  6. Espero que la disfrutes mucho.
    Un abrazo.

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  7. Estoy leyendo el Angel enfurecido, y viendo lo de la trilogia.........me recuerda a Kent Follet

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  8. Yo lo lei cuando era pequeña, y me fascinó. ..no me resisto a quitarlo de la biblioteca de mí madre. ...

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  9. Hola, estoy buscando opiniones de la trilogía y me quedo con este blog :)) Recomiendo al escritor Hans Fallada también, me estoy leyendo sus libros y me encanta.
    Un saludo!!

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    Respuestas
    1. Hola. Me alegra que te haya gustado. ;)
      Fallada lo tengo pendiente, creo que me gustará.

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