viernes, 4 de febrero de 2011

Las torres de Trebisonda, de Rose Macaulay

Título original: The towers of Trebizond.
Traductor: Francisco Segovia.
Editorial Minúscula, Paisajes narrados.
382 páginas.

Robert Louis Stevenson dijo cierta vez: “No viajo por llegar, viajo por el placer de viajar. La verdadera aventura es estar en el camino”. Y quizá los personajes de esta novela son viajeros al modo de Stevenson, al menos transmiten esa sensación de vivir su viaje como camino y no como fin. Movidos sobre todo por la curiosidad, la improvisación y el deseo de prolongar lo más posible su periplo, su mayor satisfacción consiste en llevarlo a cabo, sin importar demasiado el objetivo, o convirtiéndose este en poco más que una excusa.

La narradora, Laurie, llega a Estambul junto con su tía Dot, el padre Hugh Chantry-Pigg y un camello que –aseguran- está loco, con objeto de establecer una misión evangélica. Pretenden hacer llegar al pueblo turco la doctrina anglicana y convencer a sus mujeres de la posibilidad de una vida más libre, menos sometida al yugo masculino. Además Dorothea quiere escribir un libro sobre todas estas vivencias con ayuda de su sobrina, por cuya cuenta correrán varios fragmentos sobre monumentos y cultura, así como algunos grabados.
En Estambul se les une una amiga de Dot, la doctora Halide Tanpinar, mujer liberal y progresista, representativa de la Turquía post-Atatürk, que se convirtió al anglicanismo cuando vivía en Inglaterra y está muy interesada en la emancipación de sus compatriotas. Este personaje es un contrapunto necesario para conocer en parte la visión turca de las diversas situaciones que se plantean, porque la narradora nos ofrece, como es lógico, una perspectiva occidental de las mismas. Los diversos puntos de vista dan lugar a conversaciones muy interesantes a lo largo de toda la novela.
Hay otros personajes que aparecen a lo largo del viaje y acompañan al grupo durante un tramo para luego desaparecer. Así sucede con la madre de Laurie, que está viviendo una temporada en Jerusalén, y con el joven griego Jenofonte, nieto de un multimillonario turco, que pone su jeep a disposición del grupo durante parte de la expedición. Y también con Charles y David, escritores pertenecientes al círculo social de Laurie en Inglaterra.

Desde Estambul, y después de visitar Troya y Alejandría de la Tróade, viajan hasta Trebisonda, donde pretenden fundar una escuela anglicana, tarea que resulta un fracaso puesto que tienen en su contra al alcalde, a la población y a un enfurecido imán dispuesto a lo que haga falta por mantener a su grey. Por no hablar del cónsul británico, a quien incomodan sobremanera las excentricidades de sus compatriotas. De este modo la misión parece haber llegado a su fin, pero deciden continuar viajando hasta Armenia y, una vez allí, Dot y el padre Chantry-Pigg se adentran en Rusia, pues es para ellos irresistible aquello que pueden encontrar tras el telón de acero, a pesar del peligro que dicen supone acercarse a la frontera.
Laurie vuelve con el camello a Trebisonda y, durante días, espera noticias de su tía y el clérigo, de cuya desaparición ya han dado buena cuenta los periódicos. Pero al saber que su amante, Vere, un hombre casado con el que lleva varios años de relación, va a estar unos días en Alejandreta (Iskenderun) se pone en camino, cabalgando en el camello, para acompañarle en su estancia.
Tras la partida de él, Laurie decide continuar su periplo dirigiéndose hacia tierra santa. Siria, Palestina e Israel serán los próximos países que recorre esta viajera solitaria. Y precisamente eso, que esta parte del viaje sea en completa soledad, propicia otro viaje, un viaje interior hacia el sentido de su propia religiosidad. Y qué mejor marco para la introspección religiosa que los lugares sagrados: Nazareth, Belén, Galilea, Betania, Magdala, Jerusalén... El recorrido por los escenarios de la Biblia acentúa el conflicto interior de la protagonista que, por lo que parece, tiene un origen autobiográfico, pues la escritora vivió algo parecido a lo que aquí se relata: tuvo una larga relación con un hombre casado y sufrió una similar crisis de fe.
De ahí que resulte tan verídica, incluso impactante esa amargura y desazón que transmite en cada página. Va revelando su situación poco a poco, dejando pistas, sin hablar abiertamente de ello hasta casi el final en el que la novela se vuelve más intimista y consigue emocionar al lector que, pocos capítulos atrás, se estaba riendo con sus chispeantes anécdotas. Y es que esta crisis se debe en gran medida a la incompatibilidad de su religión con la relación adúltera a la que no puede renunciar. Laurie sufre de un vacío al que no quiere poner fin si para ello tiene que terminar su relación con Vere.
En esta nebulosa espiritual recorre parte de Oriente Medio, un estado anímico que quizá aumenta su sagacidad para detectar con ese humor tan típicamente inglés que la caracteriza, los fallos y aciertos de las distintas confesiones cristianas llegando a la conclusión de que “debe ser extraño creer, como cree mucha gente, que la Iglesia de uno posee la verdad absoluta, pues ¿cómo podría ser esto posible? (...) continuamente se descubren cosas nuevas y se abandonan las viejas, como que toda la Biblia sea cierta, y tenemos que andar a tientas entre las brumas que siguen alumbrando las velas, de modo que la exploración tiende a ser fragmentaria y nunca podemos detenernos a decir ´tenemos toda la verdad, hela aquí´...”

Macaulay sigue la estela de la literatura de viajes que tanta tradición tiene en Inglaterra, y lo hace de una forma original, escribiendo una novela que, siendo un libro de viajes, tiene parte de ficción, parte de autobiografía -algunos de sus personajes son reales y otros completamente inventados- y es a la vez novela intimista y libro de humor. Todo lo que va acaeciendo es visto por los ojos de la narradora a través del tamiz de su fino humor, mezcla de ironía y un enorme sentido común. Nos narra no solo lo ocurrido en el viaje, también las referencias históricas y culturales, pasando por relatar anécdotas y costumbres, algunas divertidas, otras que no lo son tanto. Además de todo tipo de impresiones y pensamientos que sabe transmitir con gran acierto.

También resulta un texto de gran valor social como testimonio de una situación histórico-política. Quedan reflejadas las suspicacias entre países en los primeros años de la guerra fría con espías de diversas nacionalidades que viajaban de unos países a otros y que son motivo de más de un comentario jocoso. Era inevitable la mención de la sempiterna rivalidad entre griegos y turcos, y también se da una muestra de la sociedad inglesa de los años 50, con su auge de los libros de viajes, que se refleja en todos los conocidos de Dot y Laurie desperdigados por Turquía (país que estaba muy de moda en aquella época), cada cual escribiendo su propio libro de viajes. La BBC haciendo reportajes en los que siempre hacen cantar a la población autóctona, los adventistas del séptimo día viajando al monte Ararat y la competencia de la misión de Billy Graham completan un cuadro que no por estrafalario es menos verídico.
Todo esto hace de Las torres de Trebisonda una obra interesante, con un trasfondo melancólico, aderezado con detalles y anécdotas llenas de humor, como el hecho de viajar en un camello loco, o los frascos de medicinas sin etiquetar que la tía lleva en su maleta y, sin saber lo que es cada una, las toma al azar según la dolencia que tenga. La propia extravagancia de los componentes del grupo es graciosa. Esto no obstaculiza la crítica un poco amarga de Laurie, así como sus interesantes reflexiones sobre el mundo y sobre sí misma y su caída en el agnosticismo.

Me gusta que en esta novela se insista en nombrar a Trebisonda no con el actual nombre turco: Trabzón, sino con el nombre mítico, antiguo, el del imperio extinto, el que le quita su carácter actual para situarlo en un lugar fuera del momento presente, si es que esto es posible, y así convertirla en un símbolo, una alegoría de la pérdida de apoyo espiritual de la protagonista. Porque Trebisonda es una ciudad que fue perdiendo su gloria en los vericuetos de la Historia pero cuya magia pervive en el viajero, que siente que en cualquier momento el Argo, tras surcar el mar Negro, puede recalar en su puerto. O como si los diez mil soldados de Ciro acecharan tras las montañas para gritar su ¡Thalatta! por el impacto de ver el mar de sus esperanzas.


 Trebisonda y lago Uzungol


“Un tremendo drama antiguo, representado ancestralmente por los argonautas, por Jasón y Medea, por los griegos, por los Diez Mil, por la Roma imperial, por los godos, por un ejército de mártires cristianos, por Justiniano y Belisario, por los bizantinos, por los Comnenos, por los latinos, por los últimos románticos emperadores griegos que gobernaron sobre el último rincón helénico del Euxino, y finalmente por los turcos, que mataron el imperio.
Y sin embargo, el extraño escenario seguía en pie, y el drama anidaba oscuramente entre bambalinas.”

4 comentarios:

  1. Con esta reseña dan ganas de ir corriendo a comprar el libro, Lola, la cantidad de aspectos interesantes es desbordante.
    ¡Abrazos!

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  2. Gracias guapa. Merece la pena y no me canso de recomendarlo. Es un libro muy completo.

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  3. Bonita reseña del libro. Yo acabo de leerlo y me he animado a hacer la mía, mucho menos interesante. Encima he querido ilustrarla con esa misma foto, por lo que te pido permiso y te doy las gracias.

    Saludos "angloagnósticos" ;-)

    Manolo.
    www.pedaladasabuenritmo.wordpress.com

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  4. Gracias, Manolo. Tu reseña es muy interesante, no te quites méritos.
    Gracias y un saludo.

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